nmaculada abre la puerta de su
pequeño piso de dos alturas. Se trata de una vieja casa situada en el centro de
la ciudad. Le costó abrir porque la cerradura se encuentra media oxidada y se
requiere de un esfuerzo extra para ser
abierta o cerrada, según sea el caso; de todos modos, a base de tener que
repetir esta acción constantemente, –hace
días que pensó en llamar aun cerrajero, pero todavía no ha cobrado el mes y
anda justa de dinero –siempre termina por lograr su objetivo. Viene
empapada por una lluvia tormentosa que la cogió por el camino a su salida del
trabajo. No llevó paraguas pues cuando salió de casa a mediodía nada le hacía
pensar en algo así; es cierto que el parte meteorológico del medio día,
anunciaba una ciclo-génesis explosiva, pero también lo es que el periodista de
turno, la anunció para media noche cuando habitualmente uno ya se encuentra en
su casa, en realidad se adelantó a eso de las ocho, con lo cual pilló a toda la
ciudad con las defensas bajas. Es una mujer joven pero con unas tablas en la
vida que ya les gustaría a otras personas de su edad. No pudo ir a la
universidad, la crisis, con un padre en paro y otro hermano todavía en edad
escolar le obligaron a tener que buscarte es sustento muy pronto y ahora, con
veinticuatro años y sin carecer de una formación en condiciones se busca la
vida como puede. Vive sola y sin pareja, aunque en el pasado mantuvo relaciones
lésbicas con algunas compañeras de instituto. Respecto, a los hombres, siempre
le dieron algo de miedo, todos los que conoció a lo largo de su vida nunca
lograron llegarle al corazón. ¿Sí se acostó con alguno?, pues sí, pero siempre
se sintió más a gusto en compañía de mujeres, le parece que las relaciones
entre ellas tienen una sensibilidad especial. De todos modos, en la actualidad
no mantiene relaciones con nadie, ni si quiera para aliviar sus necesidades
sexuales a través de citas esporádicas. No es una mujer a la moda, odia las
redes sociales y si tiene móvil es más por insistencia paterna que por otra cosa.
Entra en la pequeña cocina, donde, apenas coge una mesa pegada a la
pared y los muebles elementales para la elaboración de comida y el guardado de
los utensilios para su elaboración. Normalmente come mirado a la pared
azulejada en blanco, como si tratase de penetrarla con la mirada en busca de un
futuro cargado de ilusión, pero lo único que recibe es opacidad e indeferencia.
Deja su bolso de piel negro en una silla, lo tiene abierto, dejando ver lo que
hay en su interior, una cartera color castaño, un pañuelo de llevar al cuello color
estampado. Después va hacia la nevera de donde se agencia un cartón de zumo de
piña, lo vacía sobre un vaso de cristal y lo bebe de un sorbo provocado por la
ansiedad. Encima de una encimera destaca una caja de pastillas recetadas por su
médico de cabecera para combatir la depresión, un mal que la viene acompañando
desde que tuvo uso de razón. Estas capsulas que toma con han variado a lo largo
de los años, en parte “piensa”, porque a medida que el cuerpo se acostumbra a
determinada dosis, el efecto que hacen en el mismo es cada vez menor; de todos
modos algo hacen, pues en las etapas de la vida, pocas por cierto, que trató de
apechugar sin la ayuda farmacológica, su ánimo se desmoronó por completo. En el
fondo siempre le gustó ser una mujer solitaria, amante del clasicismo y la vida
sedentaria, ama la lectura y tiene una especial debilidad por la literatura
Rusa, así como por los grandes clásicos de la literatura española; si ahora
mismo fuésemos a su habitación, fría y solitaria como le celda de una monja de
clausura, encontraríamos sobre su mesilla un ejemplar de El Buscón de Quevedo.
De todos modos si lo hiciésemos en el pasado, durante un tiempo ya lejano,
espiaríamos como dos cuerpos femeninos; desnudos como desiertos de arena, se
daban placer en una oscuridad, solamente aliada por luces de neón. Eran otros
tiempos. No eran parejas estables, sólo relaciones esporádicas por las que
incluso llegó a pagar. Pero este último tipo de sexo nunca le hizo demasiada
gracia, no es real, solamente una
profesional que finge sentir algo por ti. – Y es que en esta vida se finge
demasiado y llega un punto en el que una es incapaz de distinguir entre
fantasía y realidad.- De todos modos nunca se identificó como una lesbiana, en
tal caso bisexual, pero siempre huyendo de la propaganda, celosa de su
intimidad, jamás se inmiscuyó en manifestaciones por la libertad sexual, ni
acudió a locales frecuentados por el colectivo Gay. Lo suyo siempre fue muy
personal, en ocasiones incluso con amigas, que después de muchas salidas en pandilla,
los fines de semanas iba a pasar la noche a casa de alguna amiga, se suponía
que dormían separadas, en camas gemelas, pero en alguna que otra ocasión, de la
confianza surgió el deseo y las ganas de experimentar con lo prohibido. O
tiempo años más tarde, ya adulta, en los descansos de media mañana durante conversaciones a modo de desconexión
con las compañeras, en los que aliviaban el estrés laboral, momentos en los que
se habla de cualquier tema banal, con aquellas amigas que tenía más confianza,
se tiene confesado abiertamente. Y aunque en la mayor parte de las ocasiones; el rechazo era la
respuesta más habitual, en alguna que otra también tiene surgido la
complicidad, muchas veces más por curiosidad que por convicción, de ahí que las
relaciones durasen poco. Se ofrecían a salir alguna noche, la cual solía
terminar algunas veces, compartiendo cama a altas horas de la madrugada, tras
la suficiente dosis de alcohol, tabaco y romanticismo. Pero eso, como dije
antes, eran otros tiempos.
Inmaculada sale de la cocina y sigue el pasillo hacia el baño, en medio
tres escalones dividen el corredor en dos alturas. La casa se encuentra mal
cuidada, debido a su falta de tiempo libre, el suelo desnudo de alfombras es de
mármol negro, por las paredes cuelgan cuadros de pintores muertos de hambre,
así como alguna figura decorativa adquirida a bajo precio en un bazar chino.
Camina por el pasillo mientras nota como sus piernas le pesan más de lo debido,
incluso tras un duro día como el que ha tenido. Siente dolor en el cuello y en
la espalda y los brazos le pesan como losas de cemento. Necesita relajarse, un
baño de espuma, unos minutos de relax. Desde la puerta del aseo, escucha el
sonido aterrador de la tormenta. Cuando se acerca a la habitación para coger su
camisón rosado y sus bragas limpias, salta el diferencial dejándola a oscuras:
–
¡Mierda!
Da media vuelta y se acerca a la puerta de la entrada, pues a su lado
izquierdo se encuentra el cuadro eléctrico, lo tantea en la oscuridad buscando
los interruptores bajos; ha sido el diferencial “Clic”, vuelve a tener luz. Pero
es conciente de que se puede volver a marchar la luz, por lo que, en un estante
de la cocina coge una vela a medio usar y un mechero para encenderla en caso e
necesidad. Los truenos siguen y la lluvia suena como cuchillos que se clavan en
el suelo. Cada gruesa gota es como un pene que entra a la fuerza, invadiendo
todos los recodos de la ciudad. Pone la vela encima del lavabo, encendida por
si las moscas. A continuación enciende un calefactor, pues la temperatura es
baja y el frío le cala hasta las axilas. Luego se desnuda. Poco a poco, primero
quita sus zapatos negros de tacón bajo, los pantalones vaqueros roídos por el
uso, a la vez que muestra unas piernas gruesas, mal cuidadas y con pequeños
signos celulíticos. Se deshace de su jersey de punto negro, dejando su torso
desnudo, no lleva sujetador, nunca le gustaron, cada vez que se pone uno siente
como si se estuviese censurando a sí misma, como si estuviese avergonzándose su
cuerpo de alguna manera. No, prefiere notar como sus pezones acarician la lana,
o las demás prendas que la tapen en un momento dado. Por último desliza sus bragas hasta dejarlas amontonadas sobre el
suelo, todo va a la lavadora, todo se encuentra empapado por el esfuerzo de
toda la jornada. Entonces, un escalofrío recorre su columna desde el cuello
hasta alcanzar las yemas de sus pies descalzos en contacto con el suelo.
Siempre fue una mujer muy pudorosa, incluso desde niña, además de acomplejada,
sí, porque nunca estuvo contenta con su cuerpo y tener que estar desnuda
delante de extraños, aunque fuesen de su mismo sexo, es algo que no puede
soportar. Es por eso en parte por lo que nunca acudió a gimnasios, piscinas
públicas y demás. Por otro lado tampoco usa bikini, los bañadores suelen ser
poco escotados y además procura ir a playas poco concurridas. Es una mujer
rara, lo reconoce, pero no lo puede evitar.
Abre el grifo de la bañera dejando correr el agua hasta alcanzar la
temperatura tibia que a ella le gusta. Pone el tapón negro sobre el desagüe,
tiene la cadena rota, de manera que colocarlo y sacarlo es algo complicado,
pero como en el caso de la cerradura, todo es cuestión de maña. El agua empieza
a subir, transparente y humeante, la acaricia con un dedo, quema, gira un poco
el grifo hacia el lado color azul que significa
frío, hasta dar con el punto exacto. Llena el agua de sales de colores y
jabón, logrando que la superficie se llene de espuma, todo parece perfecto, es
el momento de disfrutar de ese relajante baño que tanto está deseando. Se mete
dentro, una pierna, la otra, luego apoyándose en ambas manos empieza a
agacharse hasta que nota como sus nalgas topan con la superficie blanca y dura
del fondo de la bañera. El agua caldea su sangre que de pronto parece sentirla
circular con más vida, metia en el agua dejando solamente entre ver la cabeza y
parte del pezón derecho que sobresale como una pequeña claraboya en el mar. Que
bien se siente en estos momentos, con la mano izquierda alcanza la pastilla de
jabón negra, así como la esponja amarilla que reposa sobre un pequeño estante
metálico. Frota suavemente contra la esponja la pieza jabonosa, como si
quisiese que se acariciasen de manera íntima, a continuación la pastilla bañada
en espuma se desliza de su mano cayendo dentro del agua. Mete la mano derecha
en busca del jabón, pero parece haberse perdido entre tanta espuma. De todos
modos, por el camino ha rozado su sexo, casi sin querer, pero logrando que este
se caliente, le gusta tocarse y acariciarse con suavidad; entonces cae en la
cuenta de las ganas que tenía de darse placer, de alcanzar el éxtasis para a
continuación, caer en un estado de relax y bien estar. Cierra los ojos y se
pone a imaginar como sería tener a otra mujer en ese momento que le aumentase
las dosis de placer, joven e inexperta, una aprendiza dispuesta a iniciarse en
el arte de amar lésbico. Un trueno aterrador la vuelve a la realidad, pero al
abrir los ojos se percata de que se ha vuelto a ir la luz, una vez más ha
saltado el general. La vela también está apagada y sin una ventana por la que
penetre la luz, la oscuridad es la única dueña de su destino.
Encerrada en la oscuridad, sumergida en una bañera llena de espuma Inmaculada tiene que salir de la
bañera, sus ojos tratan de adaptarse a su nueva situación, con unas pupilas que
tratan de encontrar rastro de luz donde solamente hay tiniebla. Lo mejor que se
le ocurre, agarrarse al borde de la bañera y al grifo de la ducha para poder
ponerse en pie. Poco a poco se va levantando al tiempo que nota como el frió
del ambiente contrasta totalmente con la temperatura elevada del agua. Erguida
tal como vino al mundo, eleva la primera pierna para salir, cuando su pie
izquierdo encuentra por sorpresa la pastilla de jabón, que acaba de pisar,
haciéndola resbalar y cayendo de lado. El golpe es fuerte, ha impactado con la
cadera izquierda contra el borde de la bañera y la parte media de la espalda ha
dado contra el grifo de la misma. Ambas partes de su cuerpo le duelen horrores,
la cadera no es capaz de moverla y sus
ojos se empiezan a llenar de lágrimas surgidas por el dolor. Su mente se bloquea con el sufrimiento, es
incapaz de pensar con lucidez; trata
elevarse apoyándose en los bracos, pero el dolor es tan grande que termina
desfalleciendo.
Han pasado unos veinte minutos cuando la mujer vuelve en sí, nada ha
cambiado, si descontamos que cada vez
siente más frío, el agua también ha enfriado, intenta incorporar la espalda,
apoyándola en la parte da atrás de la
bañera, luego lanza el tronco hacia delante, intentando alcanzar el tapón. Le
cuesta dos intentos y mucho sufrimiento, pero termina por alcanzar la cadenita
metálica y tirar de ella, por lo que ahora sólo tiene que esperar a que el agua
desagüe poco a poco.
Con la bañera vacía, le resulta más sencillo palpar toda la superficie,
para dar con la pastilla de jabón, que en estos momentos se encuentra a su
espalada, acariciando su nalga derecha, echa la mano hacia atrás para cogerla.
Luego la coloca en su sitio, todo a oscuras, haciendo uso de la intuición y la
memoria. Lo consigue. Ahora toca lo más complicado, salir del cubículo en el
que se encuentra atrapada, vuelve a
intentar elevarse apoyando los brazos en los bordes de la bañera, pero no tiene
fuerza suficiente para soportar sobre los mismos, su propio peso. La
desesperación, el dolor y el frío consiguen terminar con sus últimas
defensas emocionales, al tiempo que empieza a gemir a lágrima viva.
— ¡Ayuda…! —
Vaya idea más absurda, vive sola, pero
si los vecinos la escuchasen, si alguien pudiese escuchar sus gritos… Pero no
le va a caer esa breva. No, no podrá contar con ayuda externa para poder
solventar su situación, si no quiere sucumbir antes de que alguien la añore,
quizá mañana en el trabajo, va a tener que valerse por sí sola. En esos
momentos, no sabe como, quizá porque las circunstancias vienen a ello, recuerda
una noticia que leyó hace días en el periódico: “Un hombre se 70 años, viudo y
que vivía sólo, había parecido muerto. “
Las autoridades lo encontraron cuando llevaba una semana muerto, debido
al mal olor que desprendía su vivienda y a que algunos vecinos, que solía
hablar con él a menudo se mostraban preocupados. A pesar de su fama de hombre
solitario, no era normal que estuviese desaparecido sin dar señales de vida
durante tanto tiempo. Por ello un vecino había optado por llamar a la policía.
¿Le pasará a ella algo similar?” — No piensa permitirlo, debe sobrevivir. De
manera que como si se tratase del mayor acto de fe que tenga que hacer en su
vida, decide apoyar su estómago en el borde de la bañera, colocar las manos apoyadas en el
suelo, donde permanece tirada la ropa. Por un momento su culo permanece en
pompa, hasta que poco a poco se desliza
al suelo, dejándose caer. Al tocar su cadera dañada contra el suelo, lanza un
grito de dolor que debería haberse oído en Los Campos Elíseos. Pero a su
alrededor todo permanece en silencio. No puede más, el esfuerzo que ha
realizado ha sido enorme y una vez más deja derramar sus lágrimas como gotas de
lluvia, deja escapar sus gritos de angustia, como tormentas en la oscuridad. Y
por cierto, en ella sigue, no se ve prácticamente nada ¿Quién le habrá mandado
cerrar la puerta, si total vive sola?, la inercia supone, no, la sensación de
frío, sí ahora acuerda el calefactor, la humedad que traía consigo calándole
hasta el más recóndito de los huesos. Trata de sujetarse al lavabo para
intentar ponerse en pie, pero nada, es imposible, entonces opta por intentar
ponerse a cuatro patas, tendrá que gatear usando solamente la pierna buena,
pero no puede, entonces opta por arrastrarse por el suelo hasta llegar a la
puerta, levanta la mano derecha para bajar el manubrio, vale, lo consigue; no
sabe cómo pero la puerta está entreabierta. Otra vez desde el suelo tira de la misma por la parte estrecha, que
antes besaba el marco. La abre y trata de proseguir su recorrido hasta la
entrada.
No
sabe por qué, pero en estos momentos le viene a la mente la imagen de un Jesús
con la cruz a cuestas; en su casa no hay imágenes, y su fe siempre se mantuvo
en un ir y venir de dudas. Además su
madre pertenece a los testigos de Jehová, según los cuales no se pueden representar
imágenes de Dios, ángeles y demás. De
todos modos, a lo que si fue acostumbrada, más bien obligada fue a leer La
Biblia. A ella siempre le impresionó de una manera especial, La pasión de
Jesús, su camino al calvario con la cruz a cuestas, la flagelación previa y
todos los demás tormentos que en nombre de Dios, sufrió para que todos los
demás humanos fuesen perdonados por sus pecados. Ahora es ella la que sigue su
propio calvario, mientras se va arrastrando por el suelo hasta la entrada,
donde tiene el teléfono. Le duele, de una forma que no puede explicar con
palabra, el recorrido hacia la entrada donde tiene el teléfono, que normalmente
recorre en medio minuto, ahora se hace
interminable. La oscuridad es traicionera y por el camino hay una pequeña
alfombra, la tiene a lo largo del pasillo, para poder caminar descalza sin que
se le enfríen los pies. Pero ahora esa textura se ha convertido en una enemiga
más; ello se debe a que al arrastrase se le va enrollando, se le forman
pliegues que dificultan su avance. De repente se siente como si fuese por un
río a contracorriente, quiere avanzar, pero no puede, se echa a un lado y trata
de ir apartando la alfombra hacia el otro, poco a poco sigue su camino, hasta
la entrada donde sobre un aparador, descansa un teléfono acompañado por un
pequeño jarrón lleno de flores secas. Llega a la pared y tira del teléfono que
cae sobre su vientre desnudo haciendo de un improvisado tapa-vergüenzas. Con el
teléfono sobre ella y el dolor corriendo por todo su cuerpo, una anatomía
atacada también por el frío y la desesperación, consigue marcar el 112.
— ¿Emergencias,
dígame?
Al
otro lado de la línea la voz joven de un hombre, responde desde una centralita,
que sabe Dios donde se puede encontrar. Es posible que en una zona cercana en
de la ciudad, o que le esté contestando incluso desde una provincia diferente.
— ¿Me
escucha?— Inmaculada llora más por la emoción de haber logrado su objetivo que
por las lesiones que pueda tener en su cuerpo entumecido. — Necesito ayuda. —
— ¿Qué clase de ayuda necesita?
— Una ambulancia, mi dirección es…
Pero a Inmaculada ya no le
quedan fuerzas para más diálogo, suelta el teléfono y cae en un profundo
letargo. Parece que al fin va a lograr la ayuda necesaria. Que su empeño en no
rendirse ante la adversidad termina siempre, o casi siempre, por dar sus
frutos. La odisea parece haber terminado, aunque es muy probable que la
experiencia del día de hoy, no se borre de su memoria, por muchos años que dure
su existencia. De pronto suena un trueno.
J. Sergio González Rodríguez.
20 de marzo de 2014.