Mis pies
acarician tu noble rostro,
pues la vida
se dejó en el olvido,
la idea lúcida
de darme manos,
y aunque nunca
pilote un Fórmula 1
siempre seré
tu más fiel hermano.
Tengo Voz para
narrarte con franqueza,
todas aquellas
cosas que nos unen,
siendo el
tiovivo al que siempre suben,
cada buen
acto, cada hermosa experiencia.
Todas ellas
son dones divinos,
regalos de un
cielo generoso,
sólo con
apartar la viga de nuestros ojos,
dejaremos de
ser esos ciegos,
que se niegan a
ver la bondad humana.
Y entonces,
bailaremos la danza,
destinada a
los ángeles puros,
equilibraremos
aquella balanza,
que hirió la
vida, al negarme brazos.
Mi mirada
tierna, se alimenta de ti,
de tus actos
puros, sacia su saber,
cada día trata
de esquivar al pecado,
viendo en la
superación, su cura,
pues no creo
que halla mares,
que no puedan ser conquistados,
guerras que no
sean esquivadas,
la felicidad
es un don sin barreras,
para aquellos
que se creen agraciados.
¡No lo ves!,
¡Abre los ojos!
Si te mutases
en mis manos,
la lucidez
emergería entre nosotros.
Juntos
descubriríamos El Nirvana,
El Paraíso, o
conquistaríamos,
El Cielo
Divino,
El Trono de
Dios,
El Cetro de la vida,
El Santo
Milagro.
Daremos
ejemplo al mundo,
sin acariciar
las llamas
que rodean la
avaricia.
Puede que
nunca coja los mandos,
de la consola
que domina
la moda que
marcan los mercados,
pero en mi
corazón llevo la vacuna,
que alivia la
tragedia del desdichado.
J. SERGIO GONZÁLEZ
jueves, 01 de diciembre
de 2011
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