Por
José Sergio González Rodríguez
El extraordinario placer se subirse a un caballo, galopar e interactuar con ellos, puede ser uno de los mayores placeres de los que se puede disfrutar en esta vida. Este viejo amigo que ha sido desde tiempos inmemoriales un gran aliado del ser humano, en el transporte, en el deporte, en el trabajo o en la guerra, por citar algunos ejemplos, parecía ser una actividad vedada para las personas con Parálisis Cerebral, pero no tiene porque ser así- Todo lo contrario, montar a caballo o realizar actividades de equinoteraìa (acariciarlos, cepillarlos o simplemente notar su presencia a nuestro rededor), puede ser una actividad muy estimulante, enriquecedora y beneficiosa para muchos de nosotros. Por desgracia, el acceso habitual, cotidiano y prolongado en el tiempo de este tipo de actividades no se encuentran al alcance de muchos de nosotros.
¡Disfrutando como un niño! |
¡Ojalá! fuese viable un contrato entre alguna escuela ecuestre y Amencer Aspace, para que aquellos usuarios que lo demandasen, contasen con la oportunidada de disfrutar de una actividad como esta en sus vidas de una forma tangible y prolongada en el tiempo y claro está, con un coste asumible a todos los bolsillos. Por desgracia no es así.
Pese a ello, como ya habíamos hecho hace algunos años, el pasado jueves 4 de julio, algunos de los usuarios del Centro de Día Amencer (Pontevedra), realizamos una visita al Centro de Hípica Apaloosa situado en la zona de Tomeza (Pontevedra), para disfrutar de una mañana entre caballos, donde fuimos acogidos con un cálido y familiar acogimiento por parte de Cholo (Gerente del lugar), así como por sus empleados que nos obsequiaron con una mañana inolvidable. "En mi caso, llevaba mucho tiempo deseando subirme de nuevo a lomo de uno de estos corceles, por lo que hace unas jornadas propuse a los trabajadores del Centro una actividad de este tipo". El pasado jueves fue la fecha elegida para esta actividad:
Mayka, gran aficionada a los caballos disfrutó de cada instante de la actividad. |
Fue un tiempo para montar a caballo, para sentir el contacto con ellos y sentirse un jefe indio sobre sus lomos. Fue un instante para soñar con la hípica, con los rodeos, las carreras y en mi caso con las viejas cintas del oeste y porque no, con esa estupenda cinta de Robert Redford, "El Hombre que Susurraba a los Caballos" (1998) y que en su momento disfruté en la sala oscura. Fueron un par de horas inolvidables y sobre todo una cinta que invita a enamorarse de este bello animal. Pero puedo llegar más lejos todavía, pues ¡cuántas veces no soñé con ser un forastero solitario al estilo Por un Puñado de Dólares (1964)!, o porque no, para más comodidad ser el Trinidad mientras soy arrastrado por el desierto en una cómoda camilla como hacía mítico personaje interpretado por Terence Hill, uno de esos héroes de infancia de los que espero no olvidarme nunca. Pues bien, cada vez que me acerco a uno de estos lugares, sueño con que yo también soy un futuro llanero solitario que se entrena para las sesiones de cámara y que terminará apareciendo al lado de leyendas de Hollywood como Steve McQueen, Yul Brynner y tantos otros con los que soñé en más de una ocasión. Cintas salvajes, cargadas de libertad, violencia y duelos al sol. Amo el caballo, por su nobleza, por su belleza, porque su imagen al trotar con el poniente al fondo.
Sin protestar, cuando terminó la actividad, que el dueño tuvo el gran detalle de no cobrarnos (¡gracias Cholo por tu detalle y amistad!), llegó el momento de volver a subir a la furgoneta mientras un sabor agridulce acampaba a sus anchas por mi paladar. Dulce, porque había pasado unos momentos que no voy a olvidar fácilmente, agrio, porque... en lo más profundo de mi corazón pienso que serán pocas las ocasiones que tendré de poder volver a montar. Eso sí, no pienso rendirme... y mientras regresaba al Centro pensaba si sería posible rodar un corto con el tema de los caballos de fondo. ¡Ahí queda eso!