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lunes, 5 de noviembre de 2018

CARTA A UNA TAZA AMARILLA (Primera carta)




1

Carta de Amor

Recuerdo que esta mañana cuando llegué a la cafetería envuelto en el frío matinal, no esperaba que te posaras en mi mesa y que en el momento en el que lo hiciste, una extraña sensación navegó por mi estómago.
 —¿Un café en un vaso amarillo?, ¿No queden pocillos?—  le dije a la camarera.
—Pretendemos alegrar la mañana de los clientes aportando un toque minimalista, espero que le agrade — me lo dijo con una sonrisa abanderando su rostro antes de darme media vuelta y atender a otros clientes.
“Vamos que eres una taza alegre”, pensé mientras te observé de nuevo, “espero que no te pongas a bailar Twist en mi estómago de tanta felicidad que llevas impresa en tus células de cerámica”. Mientras te escudriñaba con mis pupilas me vino a la cabeza que hay mucha gente que no soporta el color amarillo, entre ellas, una amante francesa con la que hace tiempo viví una aventura sentimental entre sábanas de franela. Por el contrario, cuando algo amarillo se cruza en mi camino, mi corazón se vuelve girasol y mi rededor un prado tridimensional donde todos los actos de amor tienen su cátedra asegurada en el tribunal de la vida. Me recordabas a las estrellas y reviviste mis anhelos de conquistar otros planetas. Entonces pensé que en tu vientre los líquidos adquirían una sustancia diferente, no me erraba, con el primer sorbo fui capaz de atravesar los océanos y vislumbrar a los etíopes recolectando los pequeños granos que paren tu sabor amargo.  Al pensar en los etíopes, vinieron a mi mente la imagen de los africanos, su hambre, su desnudez, su falta de oportunidades, los cayucos a la deriva y como todos procedemos de la misma tierra, todos contamos con ancestros comunes, habitantes de grandes estepas y me pregunté; ¿beberían café en vasijas de barro?
Una taza amarilla, es una taza veraniega, son olas y arenas, son playas atestadas de gente al sol, son bikinis adornado cuerpos al sol, senos desnudos color café y noches de San Juan. Una taza amarilla es una fuente de placer de la que bebemos todos alguna vez. Me imaginé desnudo dentro de una gigantesca taza amarilla, nadando hacia un horizonte difuso mientras perseguía entre gritos, brazadas y toses varias entre las olas, a una sirena de piel blanca y cabello dorado. Mientras todo esto venía a mi cabeza y por miedo a perderte en las lagunas de la memoria, abrí en bloc de notas de mi celular y me propuse escribirte una carta de amor, una epístola romántica y melancólica que como todas las de su género comenzaba con una “Querida taza amarilla…”
No eres consciente de cómo acabas de cambiar mi mañana, has conseguido que mi mente de distraiga de banalidades y se centrasen en las cosas que realmente me importan; de repente no me interesa la economía mundial y mi curiosidad muestre su interés sobre la recuperación de mi amigo Antonio, que acaba de ser intervenido de un cáncer de próstata y de las enormes ganas de vivir que alberga a sus setenta y pico años… ¡Y yo quejándome! Me imaginé las diferentes vidas a las que ofreces tus servicios como objeto inerte, a las conversaciones que guardas entre tu esmalte. Las sonrisas y las miserias de las que eres testigo silencioso y de las vidas que te esperan hasta que un día algún cliente, o algún camarero durante un despiste te destroce en mil pedazos.
Entonces me pregunté, “¿Qué me haría brindar con una taza amarilla?” fueron tantas las cosas que vivieron a mi encuentro; la sonrisa de mi madre, la cura del SIDA, el fin de las guerras y del hambre, de los miedos, de los egoísmos, de los fanatismos, de la violencia… también brindaría por un día sin dolor, una comida que no va a la basura, por las vidas no profanadas de manera alguna, por los respetos mutuos, por un “Vive  y deja vivir”, un “No juzguemos si no queremos ser juzgados”, “Respetemos y seremos respetados”, “Amemos y dejemos que nos amen”, con inocencia, con pudor, con honorabilidad.  Tú también formas parte de una familia, de un grupo con el que te sientes identificado, con tus hermanos, los platos, vasos, cucharas…
Una taza amarilla, o blanca, o azul, que más da, lo importante no es eso, lo importante no es ser blanco, alto, negro… lo importante es ser vajilla, lo importante es ser humano.  Esa fue la lección que me diste.
Y por ello te adoro.
Siempre serás mi taza amarilla.
José Sergio González Rodríguez
28 de junio de 2018

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