Son las dos menos cinco de la tarde de un
viernes otoñal allá por 1988. No llueve, pero el cielo está vestido de
nubarrones grises que le dan un cierto aire de tristeza. Nos encontramos en la
comunidad gallega y más concretamente en la ciudad de Pontevedra. El reloj de
Severino marca las 13:57, lo que significa que está apunto de sonar el timbre
que indica la finalización de las clases por el día de hoy. Luisa, profesora de
5º curso de EGB, da consentimiento a sus alumnos para que vayan recogiendo.
Momento en el que toca el timbre.
-
¿Acabaste?.- Le pregunta Luisa a Severino.
-
Casi. – Contesta Severino. Que como siempre
es el último en terminar, no
por vagancia, que es una cualidad de la que
tampoco escasea. “Este niño de doce años está afectado de parálisis cerebral.
Un tipo de discapacidad que producida por una lesión en el cerebro y que según
el tamaño y la ubicación puede afectar a distintas partes del cuerpo desde al
apartado físico, también a lo que se
refiere al aparato motor como al psicológico. Los grados de afectación de estas
personas pueden ser muy variados y en la mayor parte de los casos necesitan la
asistencia total por parte de una tercera persona, para realizar las
actividades más elementales de la vida cotidiana, por no ser capaces de llevarlas
a cabo ellos mismos. No obstante, casualidades de la vida, no siempre es
así. Este es uno de esos casos.
Severino no es consciente de ello, pero se
debería tener por un niño afortunado, pues
cuando nació los médicos dijeron a sus padres que el niño jamás
caminaría, tardó más tiempo de lo normal en hacerlo, como todo lo demás, pero a
base de esfuerzo tanto por sus padres como por él mismo, fue mejorando poco a
poco hasta el día de hoy, eso sí, el trayecto no ha sido un camino de rosas,
pero no es ese el tema que nos concierne en este momento. No estamos
escribiendo su biografía, ni tampoco un estudio sobre la discapacidad,
simplemente narrando un episodio muy concreto de su vida, y que le podría pasar
a cualquiera, incluidos usted, señor lector y yo.”
Severino
termino de recoger, después de haber copiado del encerado el último problema de
Matemáticas, han estado estudiando la regla de tres. Sale por la puerta
dirección a la salida del colegio dos plantas más abajo. La cartera pesa, y su equilibró no es para
lanzar fuegos, pero poco a poco, se hace camino al andar, o eso dicen. Se
acerca al borde de la escalera, el primer paso, como todo en la vida, es el más
difícil, sobre todo si tienes vértigo, y él
ha empezado a notarlo en los últimos tiempos, además con el peso de los
libros a la espalda, el negocio se pone más difícil. Al borde del primer
escalón nota que va a dar un paso al vacío, el miedo se apodera de su cuerpo
como el Diablo del alma, levanta primero la pierna derecha, mientras apoya la
mano del mismo lado en el pasamanos, esta se le va empapando de sudor a medida
que agarra con fuerza, lanza el pie
derecho hacia el segundo peldaño, lo consigue, ahora uno tras otro de manera
mecánica, pero despacio, el menor tropiezo, puede tener consecuencias fatales y
él lo sabe, porque su madre se lo dice cada día sin cansarse de repetirlo y
porque además ya tuvo una mala experiencia en otra ocasión. ¿Cuál?, creo que
voy a mezclar dos hechos dispares pero bueno… “ Los miedos y las fobias, en
ocasiones, por no decir siempre, surgen a través de una experiencia fatídica vivida, en este
caso había ocurrido tiempo atrás, no sé ahora mismo definir hace cuanto, sólo
que ocurrió a la salida de un recreo: Mientras bajaba las escaleras corriendo,
para de esta forma tener más tiempo para jugar, puso mal un pie y cayó por las
mismas hasta el descansillo, dándose un golpe en la cabeza que lo dejó
temporalmente inconsciente, no recuerda nada más de aquel suceso, a no ser que,
cuando se despertó estaba en la sala de
profesores, bueno donde estos toman café durante el descanso, y que estos le
decían que no se levantase aún, que descansase.”
Ya se
encuentra en el primer descansillo, y ahora debe afrontar otra vez el
problema del primer peldaño, otra vez el miedo, y una vez más baja el
escalón, deberá repetir esa situación dos veces más antes de llegar a la puerta
de salida. Unos cinco minutos desde que abandonó la clase, puede que algo más,
y un cuarto de hora desde que tocó el timbre, porque tardó demasiado en recoger
su material escolar diez o quince minutos, pero ya lo ve, está apunto de
acariciar el manubrio de la puerta de salida, el camino de regreso, su madre
esperándolo fuera, la comida caliente, con chocolate de postre si se porta
bien, ya va, CLICK, la puerta está cerrada, un segundo intento por si las
moscas, nada, ya la han cerrado. Las lágrimas impulsadas por el nerviosismo
quieren salir, el niño se pone a respirar de manera brusca, ya no siente el
peso de la mochila, porque el miedo es más pesado que la primera. Sube las
escaleras lo más veloz posible, al tercer escalón tropieza y casi cae de
bruces, se levanta, ha tenido suerte, inicia la subida al primer piso ¿Qué
hacer?. Piensa, derecha – izquierda, a la derecha sólo hay aulas, es necesario
tirar a la izquierda, ahí puede estar la salida, camino del hole principal
donde está las oficinas y la salida de los profesores, corre y corre y tropieza
cayendo al suelo de narices, le saltan las lágrimas, se levanta y sigue
corriendo como si de un maratón o una carrera de fondo se tratase. Suda frío.
Llega a la entrada, abre ¡No abre!, corre, a por la última entrada, las
escaleras por las que cayó en la otra ocasión, llega, pero nada todo igual,
todo cerrado, no hay salida. El niño se siente perdido e indefenso, el mundo se
le hecha encima, odia aquel dicho de “Tierra trágame” pero ahora mismo sólo le
vienen a la cabeza pensamientos catastróficos acompañados por muchas blasfemias
y alguna que otra oración con poca fe, pensar en mamá, papá, su hermano que
ahora estudia en un colegio privado, lo cambiaron el curso anterior, piensa en
comer, en que tiene hambre y las tripas empiezan ha hacer ese ruido tan odioso
para él, es el fin, que hacer, -¡Piensa!- Se dice para sí mismo. Sube las
escaleras y se dirige a la entrada secretaría, pues allí hay teléfonos, pude
llamar a alguien para comunicar donde se encuentra… Porque su madre ya deba hacer rato que lo
está esperando en el patio dentro del SEAT 127, en el que lo trae y lo viene a
buscar todos los días; un coche de tercer mano, pues primero fue de sus
abuelos, después de un tío suyo y hace poco su
padre se lo compró como segundo vehículo. Su madre a saber lo que está
pensando, que se ha escapado, que ha caído y se ha hecho daño, que no sabe como
pedir ayuda, o algo más terrible, que ha subido al coche de algún desconocido,
que lo han secuestrado o vete tu a saber, se acerca a la entrada de los
profesores, para ver si la puerta está abierta,
le da una y otra vez intentado forzarla, como ha visto hacer muchas
veces en las películas, pero nada, no tiene fuerza, sólo es un niño, se sienta
en un banco de madera que hay frente la secretaría, un asiento que está
considerado de la mala suerte, que es donde en ocasiones ponen a los niños
castigados durante el recreo, un lugar donde él ha pasado muchas horas, todos
los recreos durante quince días o incluso un mes, por mal comportamiento en
clase, muchas veces acompañado de otros niños en iguales circunstancias, pero
este no es el caso ahora, no esta castigado y tampoco tiene a nadie con quien
compartir su desesperación, ¡Por qué!,
¿Se merece esto que le está sucediendo?
-
¡Ayuda! – Grita a todo pulmón.
Pero nadie le escucha. Está sólo.
-
¡Mamá!, ¡Oh, Dios, por favor, que no me
quede aquí, ayúdame… Padre Nuestro… ! ¡Mamá, ayuda!.
Severino
no sabe ya que hacer. Lleva diez minutos más o menos encerrado, pero a él se le
están haciendo eternos, mira a un lado y a otro, y la ve… Queda una puerta por
comprobar, pero sólo da a la sala de Usos Múltiples, donde se realizan los
festivales de Navidad y final de curso, pero que también va a dar a la clase de
Educación Especial o clase de la profesora Ana, una gran maestra y mejor
persona que le ha ayudado mucho a la hora de progresar. A pesar de su fuerte
carácter, la quiere. Bueno, que otra cosa pude hacer, prueba y la clase se USOS
MÚLTIPLES, está abierta, es una gran sala, con un escenario al final, alguna
que otra mesa y silla y al lado del escenario una habitación convertida en
aula, donde acude con otros compañeros, Miriam, Antonio, Gerardo, etc. Allí
pasa dos horas todos los días antes de ir al recreo, después acude a la clase
de integración. Empieza a correr por la habitación hasta llegar a la puerta que
da a su clase, entra, enciende la luz, se dirige a un puerta que da a lo aseos
y donde hay una ventana, intenta abrirla, pero el manubrio está duro, un
segundo intento, lo abre, pero está un poco alta, para salir por ella, se
vuelve, el aula donde se encuentra tiene un baño grande con una ducha y dos
inodoros, es posible que cuando se diseñó se hiciese para un vestuario, donde
los alumnos se cambiasen de ropa para las representaciones teatrales o incluso
en caso de necesidad, cuando se realizase una actividad deportiva, también
podría haber sido un almacén, quien sabe, el caso es que desde hacía varios
años habían puesto allí la clase a la que él acudía y en la que se encontraba
desesperado mientras intentaba pensar como iba a salir de aquel lugar y donde
se encontraría su madre. Cogió una silla, y sacó la cabeza y los brazos por la
ventana. Su madre estaba fuera caminando de un lado para otro intentando dar
con él, tenía aspecto de preocupación. - ¡Eh! – Se puso a gritar como un
poseso, pero nada la madre que no lo escuchaba, otra vez - ¡Eh! – Ahora sí, lo
ha visto, ha mirado en su dirección, se acerca a medio paso hasta situarse
frente a la ventana donde el niño está situado. - ¡Vete, dentro!, ¿Qué haces
ahí…? – El niño intenta responder pero no le da tiempo, porque su madre, que se
llama María… Como muchas mujeres, sin
duda es el nombre cristiano más utilizado para las mujeres en este país, en
honor a la Virgen. Va
en búsqueda del conserje para que le abra la puerta y poder sacar al niño de
allí. Cinco minutos tardará en dar con él, pero ese tiempo a Severino se le
hará eterno, tanto como el fuego en e que le dice su madre que arden los niños
que se portan mal, pero aguantará, sí, esperará hasta su regreso, como un
hombre, que remedio le queda, y entonces, le indicarán que se dirija a la puerta de salida de los
niños que hay por ese lado, donde Don Antonio, el conserje le abrirá la puerta,
para que salga, por fin. Sí, ya está, no se quedará encerrado, se irá a casa
como siempre en el coche de mamá, ella le espera en la puerta, mientras baja
las escaleras, con precaución, pero sin percatarse del vértigo, porque la
ilusión y el miedo han hecho que este desaparezca, al menos temporalmente, el
no lo sabe, pero el instinto de supervivencia hace que en determinados momentos
en los que crees que tu vida corre peligro, se te olviden muchos temores de menor
intensidad que en condiciones normales actúan sobre ti, de manera obsesiva,
impidiéndote llevar a cabo tu vida cotidiana con total normalidad.
Ya, está fuera, puede respirar con
tranquilidad, se va a casa, un plato de comida caliente le ayudará a sobrellevar
la angustia, una siesta y jugar con sus juguetes favoritos, montar un TENTE, o
un partido de futbol con los vecinos, montar en bici… Todo acabó, ¿ O no?, ¡No,
claro que no!, nada a terminado del todo, porque queda la mente, el recuerdo y
el miedo a que vuelva a pasar, ya nunca se sentirá tranquilo en el colegio,
siempre en el fondo del subconsciente habitará el miedo, a la salida, a
quedarse encerrado, sólo, una claustrofobia obsesiva se apoderará de él,
durante el resto de su niñez, hasta terminar los estudios, hasta la mayoría de
edad, e incluso después el miedo surgirá cada vez que se encuentre en un
ascensor, o sólo en algún lugar apartado, ya
nada será igual para él, porque ese día, esos minutos de encierro,
marcarán el resto de su vida.
“TEMER, ES DE SABIOS,
COMO LO ES SABER
PREGUNAR.”