Encerrado en
esta triste habitación,
acompañado
por una cruel soledad,
me apeno
sollozando con terquedad,
vigilado por una
temeraria depresión.
Me pregunto
quien fue el cruel ladrón,
que me
expropió la luz de mi felicidad,
vaciando mi
existencia de toda pasión,
obligándome a
besar a Doña Fatalidad.
Voy
ahogándome en un mar de lamentos,
pues mi sonrisa
no aprendió la natación.
Con camisa
blanca visten mis tormentos,
que no son
consolados por ninguna razón.
No son éstos
los versos de un frío poema,
murió el
poeta que anidaba este corazón,
la sabiduría
se me escurrió una mañana,
y un fuego
lento me abrasó toda la ilusión.
Mejor que no
malgastéis el tiempo en leer,
estas
palabras desnudas de cualquier hálito,
veo caminar
en mi dirección la cuarentena,
siento como a
mi vida le sobra desencanto.
Que nadie
trate de ofenderse si yo anuncio,
- siento que
Dios me ha alejado de su cobijo-,
y sin su
presencia la vida es un triste soneto,
nadie me abre
la puerta, si muero por dentro.
José Sergio
González Rodríguez.
viernes, 21
de marzo de 2014
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