Infante en la Batalla
E-cuatro es plenamente consciente, de que casi con
total seguridad, tendrá como destino morir abatido en el campo de batalla. Pero, es lo que a uno le toca cuando no eres
más que un soldado raso, sin más objetivo en la vida que dar hasta el último de
los suspiros, para que unos pocos escogidos, engorden en opulencia y poder.
Ahí, en primera fila, como el resto de los infantes, desfila firme, con el
valor que todavía le cabe entre pecho y espalda, mientras sus pies embarrados
se desplazan por un fango pesado. Lleva así ya dos horas,
quieto, firme, a la espera, congelado equitativamente por el agua y el miedo.
Siempre se sintió pobre, débil y
desgraciado en el amor, por ello, ha llegado a la conclusión de que el azar
siempre lo premió con las peores desdichas. Y por ello, maldice su existencia,
pues en el fondo de su alma siempre albergó la esperanza de formar parte de una
casta socialmente superior. Como es el caso de los afiladores: denominados así
por capacidad de perforar con sus diestras cuchillas diagonales a cualquier
oponente. Personajes muy bien valorados
en la corte, cuando se trata de combatir en campo abierto. En cambio E-cuatro,
ni siquiera es capaz de retroceder un paso, en caso de ser embestido por el
enemigo, su único destino es ir de frente y afrontar la muerte de cara, sea
cual sea su forma.
Puede que tampoco sea armado jamás caballero, él que
siempre fue un fan de las aventuras Artúricas, soñando con cabalgar a todo
galope y saltar por encima de los rivales, escabulléndose así de las más
temibles emboscadas. O, ¿Por qué no?, ser uno de esos terratenientes que
dirigen la contienda desde sus altor torreones móviles, siempre complicados de
derribar y peligrosos en el cuerpo a cuerpo, poseen muchas posibilidades de ser
decisivos en la parte final de la batalla. ¡No!, él jamás contará con esa
suerte, solamente es un soldado raso, que en caso de baja, pocos añorarán.
Mientras medita sobre todo ello, ve como las demás combatientes pasan de largo,
al tiempo que se enfrentan entre sí
entre sable y mandoble, mientras en los momentos de más peligrosidad, tratan de
escudarse tras él, tratándole como un mero escudo humano. “¿Y todo esto para
qué?” Para servir a un Rey, poderoso y rico hasta la médula que solamente se
acuerda de su pueblo, a la hora de cobrar los tributos, y que trata de
aniquilar a otra alma gemela que le hace competencia.
Pero… por otra parte, si logra que su pellejo siga
sujeto al resto de su anatomía, si llegase al final de esta triste guerra de
egos, independientemente de que le colgasen una medalla al pecho o le diesen
una simple palmada en la espalda, podría
tener un futuro prometedor, ¡Ser un héroe!, o incluso acabar siendo afilador o
caballero, por méritos militares, llegando incluso a formar parte de la
burguesía si le concediesen el título de Conde de Escaques. De tal forma que su
existencia tuviese un lugar dentro de la Memoria Histórica de su País.
Sigue caminando entre espadas endiabladas y morteros
rugientes, cuando una mano acaricia su hombro, es su compañero de armas, Peón
A. Virgo, que trata de impulsarle ánimo, para seguir adelante. Juntos como uña
y carne, dándose a partes iguales protección y compañía, como dos amigos
ligados, en la conquista de un futuro tan prometedor como incierto. Un caminar
que se escribe a cada paso.
Y la lucha
continua…
José Sergio
González Rodríguez.
28 de diciembre
de 2014
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