miércoles, 23 de diciembre de 2015

CARTA DE UNA SILLA DE RUEDAS A LA SOCIEDAD





¡Hola a todos!

Mi nombre es Mercedes 51 y soy una silla de ruedas eléctrica que permanece olvidada en un escaparate de una ortopedia; cuyo rótulo de la entrada reza INTEGRACIÓN. Desde aquí observo cómo un día tras otro, la gente pasa por delante de donde yo me encuentro, pero sin mirar para mí, aunque solamente sea por equivocación. Es una pena, porque soy moderna hasta decir basta, tengo unas baterías de última generación y sentarte sobre mi piel, es como hacerlo sobre el sillón del despacho de un importante mandatario. Desde que llegué a este lugar, recién salida de fábrica, hace una tres semanas, nadie ha reparado en mí; ni siquiera el humano que me diseñó. Ello me ha llevado a preguntarme cual es el sentido de mi existencia, pero ninguna respuesta llega a mis circuitos eléctricos. ¿Por qué me ignora todo el mundo?, es la pregunta que ronda mi mente, pero no consigo dar con la respuesta; después de todo, creo que puedo ser muy útil al mundo, siempre y cuando vuelvan la mirada hacia mí y me den alguna oportunidad.
-¿No me digáis que no lo veis?, porque desde mi perspectiva, las ocurrencias no paran de amontonarse en mi memoria. Por ejemplo, estaba pensando en esos hombres chinos que se ganan la vida llevando a gente de un lado al otro, para ganarse el sustento y como se machacan la espalda un día tras otro; ¿No sería más sencillo, tenerme como silla de alquiler?, con lo que solamente tendrían que alquilarme, además, con la ayuda de un GPS y un piloto automático podría volver siempre a mi puesto de salida, como hacen con esos robots espaciales que manejan desde la distancia. Y esa no tendría porque ser mí única participación en la sociedad; ¡Podría hacer muchas más cosas!... Yo siempre me imaginé trabajando caminando por la cuerda floja de un gran circo, con los ojos de todos los espectadores postrados ante mí asombrados, mientras me aplaudirían una y otra vez. Sí, ya sé que suena muy egocéntrico. “Pero es que uno tiene que excavar las ilusiones, de entre las pesadas penas.

De todos modos, ninguno de mis sueños se harán realidad mientras permanezca quieta en este escaparate como si fuese una mera estatua decorativa, no, tengo que dar pasos. El primero de ellos, bajar de este lugar. Lo que ocurre es que está un poco alto y tengo vértigo. Además en el caso de que consiguiese saltar, llegar al suelo en unas condiciones aceptables, ¿Quién me asegura, que no seré capturada por alguno de los empleados, desconectada por defectuosa y encerrada en una caja hasta que el polvo me corroa de arriba abajo?, entonces sí que ya no cumpliría ninguno de mis sueños. ¡Claro que quedándome aquí, tampoco!, ¿Qué hago?... Supongo que cualquier camino, empieza dándose con el primer paso. Es el momento, o ahora o nunca.
Me giro un poco sobre la plataforma, intentando tocar el cristal del escaparate con los pomos traseros, después cojo algo de velocidad, creo que la voy a subir del todo. Las cosas o se hacen o no; las medias tintas solamente conducen a la mediocridad.

Voy… Uno, dos tres… ¡Que la suerte me acompañe!

Y la silla saltó, dejando que el azar guiase el resto de su existencia.

José Sergio González Rodríguez.

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