¡Hola
a todos!
Mi nombre es
Mercedes 51 y soy una silla de ruedas eléctrica que permanece olvidada en un
escaparate de una ortopedia; cuyo rótulo de la entrada reza INTEGRACIÓN. Desde
aquí observo cómo un día tras otro, la gente pasa por delante de donde yo me
encuentro, pero sin mirar para mí, aunque solamente sea por equivocación. Es
una pena, porque soy moderna hasta decir basta, tengo unas baterías de última
generación y sentarte sobre mi piel, es como hacerlo sobre el sillón del
despacho de un importante mandatario. Desde que llegué a este lugar, recién
salida de fábrica, hace una tres semanas, nadie ha reparado en mí; ni siquiera
el humano que me diseñó. Ello me ha llevado a preguntarme cual es el sentido de
mi existencia, pero ninguna respuesta llega a mis circuitos eléctricos. ¿Por
qué me ignora todo el mundo?, es la pregunta que ronda mi mente, pero no
consigo dar con la respuesta; después de todo, creo que puedo ser muy útil al
mundo, siempre y cuando vuelvan la mirada hacia mí y me den alguna oportunidad.
-¿No
me digáis que no lo veis?, porque desde mi perspectiva, las ocurrencias no
paran de amontonarse en mi memoria. Por ejemplo, estaba pensando en esos
hombres chinos que se ganan la vida llevando a gente de un lado al otro, para
ganarse el sustento y como se machacan la espalda un día tras otro; ¿No sería
más sencillo, tenerme como silla de alquiler?, con lo que solamente tendrían
que alquilarme, además, con la ayuda de un GPS y un piloto automático podría
volver siempre a mi puesto de salida, como hacen con esos robots espaciales que
manejan desde la distancia. Y esa no tendría porque ser mí única participación
en la sociedad; ¡Podría hacer muchas más cosas!... Yo siempre me imaginé
trabajando caminando por la cuerda floja de un gran circo, con los ojos de
todos los espectadores postrados ante mí asombrados, mientras me aplaudirían
una y otra vez. Sí, ya sé que suena muy egocéntrico. “Pero es que uno tiene que
excavar las ilusiones, de entre las pesadas penas.
De
todos modos, ninguno de mis sueños se harán realidad mientras permanezca quieta
en este escaparate como si fuese una mera estatua decorativa, no, tengo que dar
pasos. El primero de ellos, bajar de este lugar. Lo que ocurre es que está un poco
alto y tengo vértigo. Además en el caso de que consiguiese saltar, llegar al
suelo en unas condiciones aceptables, ¿Quién me asegura, que no seré capturada
por alguno de los empleados, desconectada por defectuosa y encerrada en una
caja hasta que el polvo me corroa de arriba abajo?, entonces sí que ya no
cumpliría ninguno de mis sueños. ¡Claro que quedándome aquí, tampoco!, ¿Qué
hago?... Supongo que cualquier camino, empieza dándose con el primer paso. Es
el momento, o ahora o nunca.
Me
giro un poco sobre la plataforma, intentando tocar el cristal del escaparate
con los pomos traseros, después cojo algo de velocidad, creo que la voy a subir
del todo. Las cosas o se hacen o no; las medias tintas solamente conducen a la
mediocridad.
Voy…
Uno, dos tres… ¡Que la suerte me acompañe!
Y la silla saltó, dejando que el azar
guiase el resto de su existencia.
José
Sergio González Rodríguez.
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