Malos Vicios IV
Todo el mundo tiene alguna debilidad, una
sustancia o alguna afición por la que pierde todos sentido. Ese placer
prohibido al que uno es incapaz de resistirse. En mi caso, esa sustancia
aditiva que consigue que mis papilas gustativas bailen el vals del placer, es
el sabor del chocolate con leche. Todo aquello cuyo principal ingrediente sea
el ansiado cacao y no lleve licor (le estropea todo el sabor), pasa a
convertirse en objeto de devoción entre mis instintos más primitivo. El
chocolate es un afrodisíaco para mi alma, por ello entiendo perfectamente a aquellos
que defienden esta golosina, como digno sustituto del placer sexual. “Aunque,
si no tengo que escoger, prefiero disfrutar de ambos. “Imaginaros introducir la
verga por la vagina húmeda de una mujer, mientras disfrutas de una chocolatina”,
esto es algo que no he conseguido ver en ninguna película erótica. Y puedo
asegurar, que como cinéfilo, he visto unas cuantas… Yo me imagino a mí mismo en
dicha situación, y mi corazón me hace sentir la sensación de querer salirse de
su sitio. La verdad es que el chocolate me endulza cualquier momento del día,
ir por la calle mientras me tomo una chocolatina, o comerme unos conguitos
mientras veo el partido de fútbol, son placeres sin los que ya no me imagino mi
existencia. ¿Quién no ha empezado alguna vez el año, tomándose un chocolate a
la taza?, ¿Quién no usó este alimento para calentar el estómago durante una
fría noche de invierno?, ¿Quién no invitó a una mujer a tomar un chocolate,
pensado en bajarle las defensas y terminar con ella en el jergón?. El poder de
este producto hecho con cacao, y en muchas ocasiones leche, puede ser realmente
milagroso, romántico y vicioso al mismo tiempo. En mis cuarenta años de vida,
no he encontrado ningún comestible que me causase semejante placer.
Recuerdo que durante mi infancia, los
viernes, cuando mi abuela me iba a buscar al colegio, siempre me invitaba a una
tableta de chocolate, que me tomaba en un bocadillo, así, entera, una tableta
cada viernes. Era algo delicioso, sabroso como nada que hubiese en el planeta
para llenar el buche de un niño goloso. Desde entonces, mi vida, siempre ha
estado bañada en chocolate. Sí señor, yo no fumo, no bebo alcohol, pero no me
quitéis el chocolate. El precio de mi afición es una barriga que muchos amigos,
denominan de “embarazada”, yo no lo discuto. ¡Pero es que la vida hay que disfrutarla!
Y si puede ser con una chocolatina en la mano, pues tanto mejor.
Si toda la vida supiese
a chocolate,
el amor dichoso,
reinaría en todos los
corazones.
Estos versos improvisados son la respuesta
más sincera que le puedo dedicar a este sabroso producto, el cual espero que no
ilegalicen nunca, pues es una de las cosas más maravillosas que me ha dado la
vida. A mí personalmente, solamente me falta bañarme desnudo en una piscina de
chocolate, acompañado del amor de mi vida, entonces considero que disfrutaría
de baño más erótico en inolvidable de mi vida.
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