viernes, 29 de abril de 2016

Un Afrodisíaco Para El Alma



Malos Vicios IV


Todo el mundo tiene alguna debilidad, una sustancia o alguna afición por la que pierde todos sentido. Ese placer prohibido al que uno es incapaz de resistirse. En mi caso, esa sustancia aditiva que consigue que mis papilas gustativas bailen el vals del placer, es el sabor del chocolate con leche. Todo aquello cuyo principal ingrediente sea el ansiado cacao y no lleve licor (le estropea todo el sabor), pasa a convertirse en objeto de devoción entre mis instintos más primitivo. El chocolate es un afrodisíaco para mi alma, por ello entiendo perfectamente a aquellos que defienden esta golosina, como digno sustituto del placer sexual. “Aunque, si no tengo que escoger, prefiero disfrutar de ambos. “Imaginaros introducir la verga por la vagina húmeda de una mujer, mientras disfrutas de una chocolatina”, esto es algo que no he conseguido ver en ninguna película erótica. Y puedo asegurar, que como cinéfilo, he visto unas cuantas… Yo me imagino a mí mismo en dicha situación, y mi corazón me hace sentir la sensación de querer salirse de su sitio. La verdad es que el chocolate me endulza cualquier momento del día, ir por la calle mientras me tomo una chocolatina, o comerme unos conguitos mientras veo el partido de fútbol, son placeres sin los que ya no me imagino mi existencia. ¿Quién no ha empezado alguna vez el año, tomándose un chocolate a la taza?, ¿Quién no usó este alimento para calentar el estómago durante una fría noche de invierno?, ¿Quién no invitó a una mujer a tomar un chocolate, pensado en bajarle las defensas y terminar con ella en el jergón?. El poder de este producto hecho con cacao, y en muchas ocasiones leche, puede ser realmente milagroso, romántico y vicioso al mismo tiempo. En mis cuarenta años de vida, no he encontrado ningún comestible que me causase semejante placer.

Recuerdo que durante mi infancia, los viernes, cuando mi abuela me iba a buscar al colegio, siempre me invitaba a una tableta de chocolate, que me tomaba en un bocadillo, así, entera, una tableta cada viernes. Era algo delicioso, sabroso como nada que hubiese en el planeta para llenar el buche de un niño goloso. Desde entonces, mi vida, siempre ha estado bañada en chocolate. Sí señor, yo no fumo, no bebo alcohol, pero no me quitéis el chocolate. El precio de mi afición es una barriga que muchos amigos, denominan de “embarazada”, yo no lo discuto. ¡Pero es que la vida hay que disfrutarla! Y si puede ser con una chocolatina en la mano, pues tanto mejor.

Si toda la vida supiese a chocolate,
el amor dichoso,
reinaría en todos los corazones.

Estos versos improvisados son la respuesta más sincera que le puedo dedicar a este sabroso producto, el cual espero que no ilegalicen nunca, pues es una de las cosas más maravillosas que me ha dado la vida. A mí personalmente, solamente me falta bañarme desnudo en una piscina de chocolate, acompañado del amor de mi vida, entonces considero que disfrutaría de baño más erótico en inolvidable de mi vida.

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