Por
José Sergio González Rodríguez
El pasado sábado 27 de
abril, la vida me dio la oportunidad de cumplir, al menos en parte, un viejo y
anhelado sueño: realizar un amplio tramo del Camino Portugués a Santiago de
Compostela. Un recorrido que llevé a cabo en compañía de mis amigos del
Programa Rodando, que me ofrecieron la oportunidad de participar en un evento
único: LA PONTEVEDRADA. Se trata de una marcha solidaria organizada por la
Asociación ASAMPO, dedicada a fomentar la importancia que la donación de
órganos, sangre y tejidos tiene para el conjunto de esta sociedad de la que tú,
amigo lector y yo también somos engranajes imprescindibles. Una donación que
salva vidas, a diario, en todas las partes del mundo. Una realidad tangible a
la que nadie en este mundo debería dar la espalda.
Pero aunque LA PONTEVEDRADA, es la actividad más afamada de cuantas ASAMPO lleva a cabo a lo largo del año, no es para nada la de mayor importancia, a pesar de que la trascendencia mediática pueda sugerir lo contrario. Entre sus actividades a lo largo del año se encuentran fomentar la “normalización” de la donación de órganos, tanto en los colegios, como en la calle o allí donde se quiera escuchar su amable y sabia voz.
Haciendo camino. |
Pero aunque LA PONTEVEDRADA, es la actividad más afamada de cuantas ASAMPO lleva a cabo a lo largo del año, no es para nada la de mayor importancia, a pesar de que la trascendencia mediática pueda sugerir lo contrario. Entre sus actividades a lo largo del año se encuentran fomentar la “normalización” de la donación de órganos, tanto en los colegios, como en la calle o allí donde se quiera escuchar su amable y sabia voz.
Testimonio de una receptora de órganos de ASAMPO. |
¿Y yo, qué pinto en
todo esto?, es una pregunta que se pueden estar haciendo los lectores. Pues
bien, mi participación en la PONTEVEDRADA tiene un doble objetivo:
El primero es poder mostrar mi apoyo y
solidaridad a todos los donantes y receptores de órganos, a los que desde aquí
les quiero desear toda la suerte del mundo.
El segundo objetivo es
mucho más personal, pero me gustaría decir que para mí no es menos importante:
poder hacer el Camino Portugués. Un
sueño que llevaba anhelando desde hace mucho tiempo, pero que debido a mis
características físicas me resulta demasiado complejo, sino imposible. Unas
condiciones marcadas por una parálisis cerebral que sufrí durante el parto y
que ha afectado a todo mi aparato locomotor de forma permanente, afectando a mi
movilidad, equilibrio, postura y que a pesar de no tener que desplazarme en
silla de ruedas de forma permanente, sí me encuentro en grandes dificultades
cuando tengo que realizar grandes distancias o desplazarme por terrenos
desiguales, haciendo que caiga con bastante facilidad. Pero por suerte, mi
discapacidad no afecta a la capacidad de soñar, de perseguir dichos sueños y
cuando el Programa Rodando me propuso realizar el Camino en una Joëlette (una
silla de ruedas todoterreno diseñada específicamente para práctica del
senderismo en todo tipo de terrenos, incluso aquellos más accidentados, y que
se sostiene sobre una sola rueda, aunque más ancha de lo habitual, sobre la que
reposa un sillón y que cuenta con diversos elementos de seguridad como frenos,
amortiguación, cinturón. También cuenta con dos brazos hacia adelante y hacia
atrás que permiten su sujeción por dos o más personas). Mi curiosidad y espíritu
aventurero, que ya creía haber perdido en el baúl de los recuerdos, me hicieron
aceptar la propuesta. Aunque no sin ciertas reservas… pues soy una persona demasiado insegura,
llena de miedos a la que le gusta agarrarse con fuerza a todo aquello que
conoce, que le proporciona comodidad y seguridad y eso no es precisamente lo
que me transmitía en un comienzo esta propuesta. Pasarme toda la noche en una
silla a la que no me encontraba habituado, con personas conocidas, solo hasta
cierto punto y sometido a la noche (con lo que a mí me gusta dormir), era algo
que me generaba, sino miedo, sí al menos mucho respeto. Pero terminé cediendo…
y cuando el día de la partida, me encontraba ante el escenario escuchando los
testimonios de aquellas personas, mientras yo me sentía arropado por la salud y
la buena compañía, supe que por una vez, no había errado en mi decisión y me
sentí muy orgulloso de poder formar piña con toda aquella gente en un proyecto,
en una ilusión común. —Gracias Silvia por haberme convencido y por haber contado
conmigo en todo momento—.
Atravesando parajes naturales camino a Santiago |
NOS
PONEMOS EN MARCHA
En el instante en el
que el reloj digital de la farmacia de la Plaza de España marcaba las ocho en
punto llegó el momento de ponerse en marcha, hacía ya unos minutos en los que
habían dado comienzo las despedidas y buenos deseos y ahora llegaba el instante
de ponerse en marcha.
Llegaba la hora de la verdad.
De alguna forma
mientras me pasaba los primeros minutos sujeto a la silla me sentía como un
soldado a punto de partir al frente junto con mis compañeros de milicia. Pero
sentado en una especie de carro de combate desde donde me iba a dedicar a
dirigir de alguna manera la contienda; de mi respaldo colgaba el petate, con
manta y bebida para el camino mientras mis ojos prestaban atención a como mis
compañeros empezaban a moverse de forma ordenada, alegre y firme, mientras
encaminaban sus pasos y mi rueda hacia la ciudad del Apóstol. Durante estos
primeros metros conté con la grata compañía de Mayka, mi pareja, que recorrió
conmigo las calles de la ciudad camino al río, donde fuimos separados por la
muchedumbre, ella retomaría el camino a casa y nosotros íbamos alejándonos poco
a poco de la ciudad. Tras atravesar el puente, entramos en A Xunqueira, una
zona, que pese a tener cerca de mi entorno habitual, jamás había pisado (en
realidad sigo sin haberlo hecho, pues fui sobre una rueda) y que me pareció
realmente hermosa. El viaje me regaló una visión distinta de toda la geografía
de la zona mientras nuestras huellas iban dejando su estela en lugares como
Caldas de Reyes, Valga o Padrón siempre acompañados por un hermoso manto de
estrellas que poco a poco se iba dejando notar en las alturas.
Al frío de la mañana |
Al cabo de unas pocas
horas sentado en la silla, notaba como mis nalgas eran atizadas por los baches
del camino con pequeños golpes que me hacían saltar, mis lumbares le seguían al compás rebotando contra el respaldo como una pelota de frontón y mi cuello
parecía subido a una larga montaña rusa. Como añoraba un buen collarín y un
buen cojín bajo el culo, pero era muy tarde para eso, de manera que me limité a
poner buena cara a mis acompañantes y distraerme con el paisaje que nos rodeaba.
Esta circunstancia me hizo pensar en mis compañeros de Asociación. Ellos que se
pasan la vida en una silla, sin quejarse, dependiendo de una persona que les
ayude para las rutinas más elementales y también de sus quejas sobre el estado
de las aceras y otros obstáculos a los que deben hacer frente a diario. <<¿Puede
saberse de que te quejas?>> me interrogaba a mí mismo. <<Yo, que tengo la
capacidad de caminar, que puedo valerme para muchas de las cosas de la vida, yo
que siempre fui de quejarme y de pedir más y más, que siempre fui de imaginarme
males, enfermedades y ponerme en la peor de las situaciones posibles, en lugar
de disfrutar de los regalos que me ha dado la vida, ¡Qué injusto eres Sergio!>> me decía una y otra vez. Por desgracia, este tipo de reflexiones no se
mantienen bien en la conciencia de uno y cuando nos damos la vuelta y volvemos
a la rutina ya se nos han olvidado por completo. Poco a poco, la oscuridad se
posó sobre nuestras cabezas, la temperatura comenzó a descender y mi piel empezó a enfriarse a un ritmo
vertiginoso; mis manos y mis pies daban signos de congelación como si se
estuviesen transformando en estatuas de sal, mis glúteos empezaron a resentirse, cuando llegó el momento de la primera parada en Caldas de Reis tras unas cuatro horas de trayecto y me bajé de la silla, me di cuenta de que no era capaz de mantenerme en pie y mucho menos dar dos pasos, sin irme de bruces al suelo (mi ego se desmoronó del todo) mientras veía como tenía que ser llevado
de la mano adentro del primer bar, e incluso al aseo. <<No puede ser cierto >> pensaba. Pero lo era. Un jarro de fría realidad me hacía ver mis verdaderas
limitaciones, esas a las que siempre intenté esquivar. <<¿Será que tampoco seré
escritor, ni cineasta, ni un buen ajedrecista? ¿Será que solamente soy un
soñador, una persona incapaz de aceptarse tal y cómo es?>> eran preguntas que
vinieron a mi mente en esos momentos de inseguridad. De ser así, todavía debo
agradecerle algo más a la gente del Programa RODANDO, y es ayudarme a conocerme
un poco más a mí mismo. Aunque es posible que parte de ese mérito se lo tenga
que agradecer también al Apóstol Santiago que desde las alturas ha conseguido
exprimir de mí una redención sincera por una vez en la vida. No lo sé. De
vuelta del excusado me esperaba el primer café de la noche — Bien cargado, por
favor, que el Camino va a ser largo. No quería dormirme con el traqueteo de la
silla, aunque reconozco que hubo momentos en los que me tuve que rendir a la
realidad, y es que uno ya no está acostumbrado a trasnochar. Luego tocó volver a la silla, enfundarme
la capa y ponerme otra vez en manos de mis geniales acompañantes, sin duda los
verdaderos protagonistas de esta aventura nocturna. Tenía frío y hubo momentos
en los que estando rodeado de gente, de alguna forma, me sentía solo, añoraba
los abrazos de mi querida Mayka, el sofá de mi casa y una buena película
mientras disfruto de una suculenta pizza nocturna. Seguimos. Después de Caldas
nos tocó ir por camino de tierra otra vez, atravesar fincas, montes y
riachuelos… todo aquello me daba la impresión de ser hermoso, naturaleza pura, aunque las tinieblas no dejaban ver con plenitud. Fue una caminata larga, muy larga, con muchas paradas, de vez en cuando,
aparecían coches de la organización, con agua, con plátanos y bocadillos que se
podían ir comiendo por el camino, para recobrar fuerzas, para seguir… y en mi
caso, para pesarle un poco más a los que cargaban conmigo.
Tras caminar toda la noche, menos en mi caso, claro está, cuando ya estaba amaneciendo a las alturas de Padrón, Silvia me dijo que, si me encontraba demasiado cansado podía coger un autobús de la organización que te llevaba a la Praza do Obradoiro a aquellos peregrinos que ya no daban más de sí. <<Vamos, si no puedes con los huevos te suben al bus de los rezagados>> pensé. Dije que no. Que estaba perfectamente y que deseaba seguir, para que luego la gente diga que no sé mentir. Había hecho lo más difícil y que a pocas horas de conquistar la meta no iba a renunciar, esto último era cierto. De forma que seguimos camino a Santiago, donde el Apóstol nos esperaba con los brazos abiertos, aunque en mi caso le terminase dando plantón.
Los arcenes siempre me causaron mucho respeto. |
Ya bien entrada la
mañana, antes del desayuno en una cafetería a la altura de Padrón, quise
caminar de nuevo, fue un tramo pequeño pero necesité ayuda para completarlo,
menos mal que José, mi Guardia Civil personal, estaba allí para socorrerme en
todo momento y me prestó todo su apoyo incondicional hasta alcanzar la
cafetería, dejar una de esas meadas que tanto placer le dan a uno y tomarme el
primer café diurno, aunque de manera rápida y renunciando al periódico, por
supuesto. <<¡Cómo añoré El País en ese momento, válgame Dios!>> Después la recta
final hasta la meta, la afamada Praza do
Obradoiro, eso sí, subido de nuevo en la silla (trono real) del que estaba deseando abdicar con todo mi corazón y
que tuve la oportunidad de hacer en cuanto entramos en la Ciudad de Santiago de
Compostela.
LLEGADA
A SANTIAGO DE COMPOSTELA
Cuando nuestras huellas de acercaban a las ciudad de Santiago, insistí en realizar a pie el último tramo, no estaba dispuesto a recibir un "no” por respuesta pero tampoco lo obtuve. José siempre iba a mi lado, la Joëllete venía detrás empujada por los demás voluntarios menos un pequeño grupo comandado por Silvia que por problemas que desconozco, aunque estoy seguro que justificados, se había quedado rezagado. Me imagino que todos deberían estar ya exhaustos y desde luego, motivo para ello había. Descansamos un poco en la Alameda hasta que llegaron, lo cual nos vino de perlas a todos y finalmente, ya el grupo completo reunido de nuevo hicimos nuestra entrada en A Praza do Obradoiro, donde fuimos recibidos con aplausos y vítores que, en mi caso al menos creía desmerecer. Pues fueron mis compañeros los voluntarios, los que realmente se tuvieron que emplear a fondo y dejarse hasta la última gota de sudor, para que un servidor, como si de un torero se tratase, pudiese hacer su entrada en la plaza a hombros. Allí nos agasajaron con agua y bocadillos que yo rechacé y pudimos al fin darnos todos un merecido descanso con la grata sensación de haber conseguido nuestro objetivo, en mi caso, el sueño, todos juntos.
AGRADECIMIENTOS Y DESPEDIDA
Espero no caer en el
sentimentalismo con las palabras que vienen a continuación, pero en ocasiones
como esta decir lo que siento en lo más profundo de mi espectro hacia todas las
personas que compartieron esta aventura conmigo, no es nada sencillo. Así que
comenzaré usando la palabra ¡Gracias!
Gracias a todos; a Silvia, Virginia, José, Tilve, Fernando, Pedro, Arturo, José Manuel Rey, Valiñas y Javi, gracias a todos, porque se demostraron con su esfuerzo y dedicación que estaban dispuestos a llegar hasta el límite de sus fueros para que este viaje se me hiciese lo más agradable posible. Por recibirme desde el principio con los brazos abiertos y haberme hecho pasar una noche inolvidable. No creo que pueda encontrar un equipo más idóneo e ideal que este para cualquiera de mis aventuras peregrinas.
Y gracias también… por abrirme los ojos.
Porque gracias a esta experiencia
he aprendido a ser un poco más realista con los objetivos que me marco. Porque
el 27 de abril, la vida me ha abierto los ojos a unas limitaciones que me
negaba a ver y con ello he conseguido sincerarme un poco más conmigo mismo. Y
aunque en el momento, fue una visión dolorosa, con el paso de los días me ha
servido para madurar como ser humano. Puede que ahí sea donde se halle la magia
del CAMINO DE SANTIAGO (el cual soy consciente de que por mis propios medios,
jamás conseguiré hacer completo de una tirada), menos todavía hacer la
PONTEVEDRADA caminado; ¡Pero que me quiten lo bailado!, porque parte de esa
espina que tenía clavada en mi ego ya ha sido arrancada y en consecuencia, me
siento mucho más ligero y también feliz. En los próximos meses mi único
objetivo es poder disfrutar de la bicicleta las tardes de los lunes, si el
tiempo lo permite y de alguna salida de fin de semana, en la que no tenga que
madrugar. Que la vida bohemia es demasiado bella como para estropearla así como
así. En todo caso, puedo asegurar que todo el tiempo que paso con la gente del
GRUPO RODANDO vale su peso en diamantes. Espero que este tiempo con las
bicicletas pueda prolongarse en el futuro y nos queden todavía muchos días de
risas, paseos en bicicleta y amistades verdaderas.
Foto de grupo al final del trayecto. |
Un cordial y afectuoso saludo a toda la gente de ASAMPO, a los que les deseo el mejor de los azares. ¡Ojalá!, como canta Silvio, nadie se quede sin ese órgano vital que le acorte su tiempo en este mundo. El único que conocemos. ¡Suerte!
¡Gracias a mis amigos
de la Asociación Amencer-Aspace que me acompañaron y a aquellos que no pudieron
hacerlo!, ¡Gracias a mi familia, donde por supuesto, incluyo a Mayka, el amor
de mi vida!
Y por último, pero no
menos importante por ello, ¡Gracias a los medios de comunicación que me
apoyaron y dieron su cobertura a esta aventura!, a LA VOZ DE GALICIA y a FARO
DE VIGO que siempre están ahí cada vez que los necesito.
Y ahora sí;
Llegamos al punto y
final de este artículo y de la serie dedicada a la PONTEVEDRADA. Solamente
espero que haya sido del agrado de todos los lectores, a los que cito para que
sigan leyendo mis trabajos en el futuro.
¡Un abrazo!
... precioso relato Sergio... en nomnre de ASAMPO, rquiero darte la enhorabuena por lo que has conseguido... pues sin tu "SI" a la propuesta, este gran relato no existiría, con todo lo que en él citas... un abrazo...
ResponderEliminarbuen relato, y enhorabuena.
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