Alrededor de una taza de café,
me fusiono con terceros alientos,
con el humear entre nosotros,
como enunciación de fe sensible.
Brebaje sombrío como la muerte,
que nos absorbe al final del viaje,
agiliza nuestros sentidos vitales,
cuando se nos enlaza con la sangre.
Custodia la alerta de mis sentidos,
igual que la trompeta del guerrero,
vociferando a los cuatro vientos,
que el horrendo campo de batalla,
abre su telón a la ferocidad humana.
Cuantas lágrimas de la afable risa,
he volcado entre aliados sinceros,
con las tazas, siempre humeantes,
mientras nos decíamos falsedades,
a modo en invenciones evangélicas
que acunasen nuestras tristes vidas,
a través de unos minutos voladores.
Pues entre tazas llenas de café tibio,
los inviernos se sienten menos fríos,
nuestros corazones cantan alegría,
yo me sincero del todo con los
míos.
Siempre me acompañas gustosamente,
dosificamos los momentos irrepetibles,
unos trágicos como el cruel desafecto,
otros llenos de esas benévolas caricias,
que rememoran los mimos de una madre.
En tu leal compañía, entre pliego y tinta,
me llega una corriente de actualidad ,
ese conjunto de noticias que bailan,
entre la tragedia y la esperanza
que día tras día, forman una sabiduría.
que la vida va acumulando en esa mochila,
bautizada paganamente como memoria.
Y que si El Leviatán no nos lleva la contra,
nos hace de fiel cómplice desde la cuna
hasta el descanso definitivo en la tumba
que subraya el fin de nuestra existencia.
El café, siempre me supo a dulce concordia,
como el dios pagano que mece mi serenidad,
una droga que se viste de suave terciopelo,
un combustible para mis ocultas entrañas,
sin el cual, ya no reconozco mi frágil reflejo,
cuando me asomo ante ese radiante espejo,
que me avista desde una difusa distancia.
En tu grata compañía, este corazón trotón,
se encela locamente de esa juvenil gabacha,
que amo por el día, y deseo en el
colchón,
durante una vigilia llena de ambición y lujuria,
que entre el descanso y el grato desenfreno,
convierten mi vida amorosa, en un Ferrari,
cuesta abajo, a toda velocidad y sin freno.
Alrededor de una taza de café, hasta rebosar,
me he reencontrado afablemente con los míos,
compartiendo sueños y esperanzas imposibles
desnudando mis pensamientos ante los dioses
reprochando mis temores infundados en la noche,
cuando el insomnio me acuchillaba con saña, y
los malos augurios invadían mi alma embriagada.
Entonces me acaloraba con tu pensamiento
mientras sollozaba entre los
remordimientos,
retadores, por haber abusado de tu compañía,
mientras reclamabas tu venganza torturándome,
pasando mis nervios por la afilada trituradora.
Mi amor, entonces se vuelve un salvaje rencor,
me incrimino a mi mismo, por buscarte locamente,
por tenerte subido a mi pedestal de oro orgulloso,
agasajándote alegremente con la amistad eterna.
Entre tú y los que cada día velan mi vida rota,
creo haber dado con la fórmula de la felicidad,
con el tiempo he amansado el crudo letargo,
logrando que circulen en mí, ríos de dulce paz.
Soy capaz de avivarme ante lo que me rodea,
y modestamente, pasear por la vida con cojera,
a través de este jardín llamado mundo real,
donde las barreras, son piedras que impiden
que desarrolle mi ser con apreciada plenitud.
En tu compañía he descubierto el rincón,
de los bellos secretos que guarda el amor,
mientras contemplaba la mirada calmosa,
de una joven amada y a veces caprichosa.
Eres la excusa para el descanso del obrero,
tus quince sagrados minutos de la mañana,
saben a una gloria tan verídica y hermosa,
como fantasiosa y engañosa es esa otra,
que habla de la existencia eterna en el cielo.
Al ser un poeta sin dios ante quien postrarme,
te he elegido como sacra fuente de veneración,
he decidido que nunca te traicionaré en la vida,
y que siempre reinarás en mi desolado corazón.
José Sergio González Rodríguez
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