Uno
de los mayores placeres que he conocido en esta vida es el de pasear. Pero,
como es lógico, cuando hablo de paseo, no me refiero a subirse en un coche o
una moto, para hacer un recorrido lento pero de muchos kilómetros, hablo del
arte de caminar. De esos paseos lentos, en los que uno va contemplando el
paisaje e interactuando con el medio que lo rodea, con la hermosa melodía de
los pájaros como hilo musical de fondo. Para mí, caminar siempre fue algo muy
importante, quizás por el mero hecho de que en algún momento de mi vida, hace
ya muchos años, pensé que sería una actividad que nunca podría realizar, al
menos de una manera autónoma. Si Dios existiese, le daría las gracias, por
permitirme hacerlo, pero, no creo que exista, de manera que considero esta
cualidad, algo surgido de la necesidad de adaptarse a nuestro entorno, el
caminar sobre las extremidades inferiores, ha sido uno de los mayores
progresos, de la evolución humana junto
con el habla o el cocinar… entre otros muchos.
Muchas veces cuando acudo al Centro de Día, me
fijo en mis compañeros postrados en sillas de ruedas de una manera permanente.
Algunos incluso necesitan ser transportados en una grúa cuando tienen que
llevar a cabo sus intimidades. Personas que desde muy pronto tuvieron que
aprender, que el pudor, nunca iba a ser un buen aliado en sus vidas. Y como me
dijo muchas veces mi madre; -A eso se llega pronto.- Por ese motivo, considero
que caminar es un privilegio y me siento bastante molesto cuando escucho a
alguien decir que va a coger el coche, para acudir al bar que se encuentra dos
calles más abajo. Yo voy andando a todos los sitios que puedo, llego a pasar
horas deambulando de un lado para otro, por mero placer. Si tengo que
transportar comida, pues uso carros de la compra, si lo que hago es llevar un
libro o un portátil, tengo sus respectivas mochilas. Más ahora que los hombres
nos decidimos a llevar bolso, riñonera y demás artilugios, no sé si por
comodidad, o por un cierto fetichismo, pero el caso es que esta moda se ha
impuesto y eso me gusta. No obstante, pasear, es mucho más que eso, es
interactuar con el medio, disfrutar pausadamente de los bellos paisajes y
ambientes que nos rodean.
Cuando
camino por la ciudad, es raro el día que no me encuentro con alguien conocido,
normalmente apurado, lo cual no es bueno, pero que se le va a hacer, la
sociedad se empeña en hacernos vivir a prisa.
Me tiene contado mi abuelo, ya desaparecido,
que en sus tiempos mozos, las parejas disfrutaban los domingos de hermosos
paseos románticos por la alameda de la ciudad, algo muy habitual en la sociedad
de aquellos tiempos; hoy, en cambio, si dices que te vas a pasear por ahí un
día cualquiera, a sentarte en el banco de un parque a leer o a contemplar las
gaviotas, en lugar de estar en casa o metido en una cafetería, parece que eres
un bicho raro, cuando no te llaman enfermo o vagabundo e incluso te dicen si te
quieres parecer a los viejos. Como si éstos no hubiesen llegado a ahí, en parte
por sus buenos hábitos. No entienden, o
no quieren entender, que en la vida todavía se puede disfrutar de un tipo de
placer que no requiere de coste económico alguno, que alguno de los más hermoso
placeres, no los crea la ciencia, sino que la propia naturaleza, nos los ha
endosado de serie, simplemente, tenemos que darnos a posibilidad de
descubrirlos. Y si alguien piensa que por pasear, dejo de contribuir a la
sociedad o de consumir, que no sé disfrutar de los bares, como los demás hijos
de vecino, que lo olvide, porque después de un buen paseo, un servidor, suele
sentarse en alguna cafetería, donde en buena compañía de un libro, puede
disfrutar de otro gran placer; el de la lectura, aunque este, no suele ser
gratuito.
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