En
un periodo inferior a los dos meses, las Navidades vuelven a invadir nuestros
hogares, con sus reuniones familiares y demás tradiciones; también es una época
en la que nuestros bolsillos se despojan de su dinero y nuestras vidas se
llenan de cosas banales, muchas de ellas destinadas a coger polvo o simplemente
a servir de objetos de adoración a modo
de Dioses paganos. En la sociedad adicta al consumismo en la que vivimos,
cualquier excusa es buena para llevarnos a casa cosas innecesarias o meter en
nuestro cuerpo, diversas sustancias, la mayoría legales, aunque no todas,
destinadas a sacias nuestras “necesidades” más banales. Pero, volviendo al tema
que nos concierne, decir que nos sobran excusas absurdas con las que fomentar
estas tradiciones. Cumpleaños, santos “aunque practiques el ateísmo”, día de
los enamorados… y me quedo muy corto. A veces,
incluso hacemos regalos, por quedar bien, sin saber si estamos acertando con
los gustos o necesidades de la persona agasajada. Mientras que el que recibe,
pone buena cara, sonrisa incluida, a la vez que piensa “¿Qué hago ahora yo con
este regalo?” Pero, lo malo es que si no entras en esta rueda absurda, la
sociedad te condena sin misericordia. “Yo odio las sorpresas”, no soy una
persona a la que le guste cualquier cosa y no me refiero a que me guste lo caro…
u otras extravagancias similares. Pero tengo mis manías, como todo hijo de
vecino, y una de ellas es que “odio las sorpresas.” Que dios libre a alguien de
aparecer en mi casa con un ser vivo como obsequio, a modo de regalo
responsable. Sí, hacerme esclavo de un perro, por ejemplo, con sus rutinas y
las obligaciones que ello conlleva. No. Una vez más, aviso que no quiero
sorpresas, prefiero, que si voy a tener que hacerme cargo de un regalo, se me
pregunte lo que necesito, para que de esta forma, la sorpresa no se convierta
en desagradable.
Normalmente
sólo regalo algo a personas de confianza, como puede ser el caso de mi pareja,
y antes de hacerlo, siempre intento averiguar qué es lo que necesita o le
apetece, aunque para ello tenga que preguntar descaradamente lo que quiere. “¿Qué
deseas por tu cumpleaños, cariño?”, le pido dos o tres ideas fundamentales y sobre
ellas, busco aquello que me sea asequible en un momento dado, sin quedar como
un tacaño, pero tampoco tirando la casa por la ventana.
Perdonad, si este no es un gran texto, pero
estoy pasando por una pequeña gripe y mis facultades intelectuales no están al
cien por cien. Aunque ello me ha servido para reflexionar todo el día y llegar
a la sana conclusión, de que el mejor regalo que uno puede tener en la vida es,
una buena salud, y si es posible, sobre todo los que tememos la muerte, que ésta
sea lo más longeva posible. ¿No creéis?
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