En los útimos días no he tenido la oportunidad de seguir con mis artículos destinados a los malos vicios que asolan nuestras sociedad. Siguiendo con el artículo anterior debo añadir que cuando camino por la calle y veo a la gente con el pitillo en los labios, siento verdadera látima por ellos y continuo mi camino mientras cabilo perezosamente: ¿No son capaces de dejarlo?, ¿Tanto les gusta?, ¿No aman sus vidas y realizan oposiciones para ver quien abandona antes este mundo?. Cuando le hago esta última pregunta a algún fumador amigo, su respuesta es que también puede morir atropellado por un coche... Puede que es eso tenga razón. Pero en cualquier caso, creo que cuanto menos fume uno, mejor calidad de vida va a tener y posiblemente sus dosis de felicidad y bienestar serán mucho mayores.
En dos o tres ocasiones, me llevé un cigarro a la boca, quizá más por intentar aparecer un Clint Eastwood en horas bajas que otra cosa y el resultado, nunca me ha gustado, aunque si a otras personas les atrae, creo que tienen todo el derecho del mundo a hacerlo, aunque el pago a largo plazo sea el pasaporte al otro barrio. En cualquier caso, de una forma o otra, antes o después todos vamos a cruzar el puente que nos lleve al otro mundo, ya sea de una forma u otra. De manera que para dos días que estamos aquí, hagamos cada cual lo que nos plazca con nuestra vida. Yo solamentte pido a los fumadores que no prediquen sus hábitos en mi presencia, pues es algo que me molesta considerablemente.
Pero este texto, no defierería demasiado del anterior, si no narrase una anécdota que me aconteció hace ya algunos años, mientras pasaba unos días de descenso en la ciudad de Gerona. Una noche, mientras volvíamos de una discoteca a altas horas de la madrugada, dije a una cuidadora que me diese un cigarro. Iba a ser la primera vez que me iba a sumar al mundo de los fumadores, aunque solamente fuese por unos minutos. Recuerdo que mientras me lo fumaba iba disfrutando de un paisaje nocturno que se me antojaba peligroso, a pesar de la compañía. Tras terminar el cigarro, encontré con un yo que no conocía, distendido y feliz, hasta el punto de dejar de ser yo. El humo, de alguna manera afectó mi cerebro hasta el punto de ponerme a hacer y decir cosas carenten de sentido, llegando a bailar un vals con las farolas al tiempo que una risas convulsa y maliciosa se apoderaba de mí. La gente que me rodeaba estaba muy preocupada, aquel no era yo... Llegados al hotel seguía riendo y haciendo el payaso mientras trataban que me acostara. Esa noche me estuve riéndo sólo, hasta bien entrada la mañana. Al día siguiente, cuando me contaron todo mi comportamiento, no me lo podía creer, aquel, no podía ser yo, pero así era, para mi duro pesar. Con el paso del tiempo, me arrepiento cada día de lo ocurrido aquella noche, hasta el punto de avergonzarme de mí mismo. Pero, al mismo tiempo, me aseguré a mím mismo, que no volvería a caer en semejante tentación, por desgracia, no fue así...
Yo, que al final, sigo sin ser fumador, me gustaría animar desde este texto a que todo el mundo abandone un vicio que no aporta nada positivo a sus vidas. De todos modos, si para ellos merece la pena o no, es algo que deben decidir por ellos mismos...
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