viernes, 1 de noviembre de 2019

EN RECUERDO A LOS SERES QUERIDOS QUE NOS HAN DEJADO


Hace ya algunos años que escribí este poema sobre un hombre que al final de su vida hace recuento de como fue su vida. Entre los temas que trata está la pérdida de un hijo, por ello, pensé que hoy DÍA DE TODOS LOS SANTOS, en el que nos dedicamos a recordar a nuestros ancestros, aunque algunos como yo no pisemos un cementerio, es una buena ocasión para publicar este poema. 


 FUE LA OTRA TARDE
1         
Fue la otra tarde, ¿Recuerdas?,
en aquella playa. Paradisíaca y solitaria.
Tu piel se tornaba en un hermoso dorado,
con los últimos chispazos solares,
mientras la brisa masajeaba tu cabello,
entones como paseando por jardines,
como si fuese espectador,
de una anunciación divina,
vinieron a mi memoria, retales,
de un pasado en común.

Nuestras primeras citas,
aquellos encuentros
ocultos entre las sombras,
como tristes forajidos,
un cruce de miradas,
cómplices, humildes,
muy bien calculadas,
personas que de inocentes,
no tenían nada.

No falseemos pensamientos,
tu me querías y yo te deseaba,
cuando mis labios te besaban,
tu mano reaccionaba,
coqueteando con mi espalda.

2         
Fue aquella tarde,
haciendo memoria,
cuando recordé,
como si viajase al pasado,
los difíciles comienzos,
tragedias circenses, que
nos acosaron con fuerza,
hasta ahogar nuestra dicha.

La expiación de tu padre,
como prólogo fatídico,
el dolor por la pérdida,
pero también ¡Oh, Dios!
El cruel titubeo
de un futuro receloso,
con tu hermano obligado,
por la cadena de la vida,
a sostener una familia,
antes de tiempo.

Fue aquella tarde,
cuando recordé, como
con el pasar de los días,
nos íbamos descubriendo,
a paso de feliz tortuga.
Y una sensación mutua,
hermosa, impredecible,
iba naciendo entre nosotros,
era la cascada del amor.


Al principio te lo oculté,
como un ladrón afrodisíaco,
que se negaba a admitir,
el ensayo de robo,
de tu corazón.
 ¿Por qué?, imagínalo.
Por miedo al rechazo,
a una cortante negativa,
pero lo cierto, es,
que mi alma se iluminaba,
cada vez, que estaba contigo.

Fui cobarde, lo sé,
no tengo perdón,
por consentir que fueses tú,
la que rompiera el hielo,
dando así, el primer paso.
No fue un camino de rosas,
pero sí, hermoso de compartir,
la búsqueda de empleo,
nuestro primer hogar,
cuya alcoba se inundaba,
las noches de fuerte lluvia.
No había calefacción,
para las noches de invierno,
y nuestros cuerpos,
buscaban el calor en el otro,
como el don más preciado.


Vivíamos en pecado,
a ojos de la iglesia,
mientras planeábamos,
un futuro en común,
lejos del aterrador hambre,
alejados del escuálido frío.

3         
Fue aquella tarde,
te acuerdas, amor mío,
cuando rememoré,
lo feliz que era contigo.
Las cosas que hicimos,
los sueños compartidos,
hermosas experiencias,
que juntos, los dos vivimos.
Es verdad, lo reconozco,
no todas supieron a bombón,
también las hubo amargas,
arduas de digerir, duras,
como el cemento seco,
pero, tú y yo, siempre,
juntos como una piña,
las afrontamos, sin quejas,
y cargados de optimismo,
las fuimos superando
mientras recorríamos
nuestra senda vital.


4         
Fue aquella tarde,
cuando contemplé,
sobre la blanca arena,
oteando el horizonte.

Recordé con añoranza
al primogénito perdido,
que por culpa del azar,
se nos fue una mañana,
cuando jugaba en el mar.

Con sólo quince otoños,
la fatalidad nos lo hurtó,
¡Quién lo iba a pensar!
También a mí,
me falta algo, lo noto,
una parte de mi ser,
ha desaparecido, así,
de golpe, sin avisar,
¡Sin una explicación!,
hoy estas aquí, y mañana,
a lo mejor te vas. Si…
Yo también lo añoro,
pero una madre,
¡Hay, una madre!,
Es algo, con lo que no puede,
por muchos veranos que viva,
¡Jamás llega a superar!


Nos queda su recuerdo,
con su dulce mueca.
Los momentos juntos,
se reviven, una vez más,
cada vez que regresa,
al fatídico calendario,
el día señalado, ¡Hoy!,
o el mes que viene,
que cumpliría años.

Aquella alegría infantil,
al abrir los regalos,
un niño inocente,
de buen corazón.

Y como desde entonces,
nuestra vida se truncó,
y poco a poco,
sin darnos cuenta,
cada día que pasaba,
nos fuimos muriendo,
un poco más los dos.
Cada uno a su manera,
aguantando su cruz,
lo mejor que pudimos,
ambos nos culpamos,
sin objeto nos castigamos,
mientras soñábamos,
en un ilusorio día,
un despertar de mañana,
con él a nuestro lado.
Y juntos, los tres,
al pié de la ventana,
escuchar ese dulce cantar,
de los pájaros al despertar.

5         
Pero también fue aquella tarde,
trise y solitaria como la muerte,
cuando caí en la cuenta, de que,
el gran homenaje, que nosotros,
podríamos darle, es seguir juntos.
Por mucho sudor que nos cueste,
debemos matar nuestros silencios,
nuestras intransigentes miradas,
y proponernos el difícil reto,
de volver a empezar. Despacio,
con zancadas firmes y honestas,
mientras le obstruimos la puerta,
a las borracheras de madrugada,
a los sueños resquebrajados,
en mitad de la noche,
las discusiones tontas,
enfados absurdos como la vida,
que a ti y a mí, por lotería,
nos ha tocado vivir.


Por eso te digo,
por su santo nombre,
y a través de su añoranza,
intentemos recuperar,
sólo por un segundo,
aquellas ilusiones,
que tuvimos al comenzar.
¡Es difícil!, lo sé.
Pero lo debemos intentar.

6         
Fue aquella tarde, ¿Te acuerdas?,
en aquella playa,
paradisíaca y solitaria,
mientras te contemplaba,
cuando se me ocurrió,
que con lo bueno,
y con todo lo malo,
no te miento, de manera alguna,
me arrepentimiento,
por el tiempo, por la vida,
que pasé a tu lado.
¡Lo juro!,
Ni un lamento, ni una lágrima,
tampoco un suspiro, o duda,
cuando te digo,
¡No te abandonaré!


No te dejaré en este caminar,
lo juré, en su día ante un altar,
y ¡Por Dios!,
que lo volvería a jurar.
Hasta que el Santo Padre,
o el imprevisible azar,
nos decida separar,
llevándose a uno de los dos,
por haberle llegado el momento,
de su largo partir,
y deba cruzar la puerta,
que le lleve al otro lado,
donde nos espera, sin duda,
nuestro hijo, ¡Tan añorado!

¡Te quiero, no lo puedo evitar!






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