Hace ya algunos años que escribí este poema sobre un hombre que al final de su vida hace recuento de como fue su vida. Entre los temas que trata está la pérdida de un hijo, por ello, pensé que hoy DÍA DE TODOS LOS SANTOS, en el que nos dedicamos a recordar a nuestros ancestros, aunque algunos como yo no pisemos un cementerio, es una buena ocasión para publicar este poema.
1
Fue la otra tarde,
¿Recuerdas?,
en aquella playa.
Paradisíaca y solitaria.
Tu piel se tornaba
en un hermoso dorado,
con los últimos
chispazos solares,
mientras la brisa
masajeaba tu cabello,
entones como
paseando por jardines,
como si fuese
espectador,
de una anunciación
divina,
vinieron a mi
memoria, retales,
de un pasado en
común.
Nuestras primeras
citas,
aquellos encuentros
ocultos entre las
sombras,
como tristes
forajidos,
un cruce de miradas,
cómplices, humildes,
muy bien calculadas,
personas que de
inocentes,
no tenían nada.
No falseemos
pensamientos,
tu me querías y yo
te deseaba,
cuando mis labios te
besaban,
tu mano reaccionaba,
coqueteando con mi
espalda.
2
Fue aquella tarde,
haciendo memoria,
cuando recordé,
como si viajase al pasado,
los difíciles comienzos,
tragedias circenses, que
nos acosaron con fuerza,
hasta ahogar nuestra dicha.
La expiación de tu padre,
como prólogo fatídico,
el dolor por la pérdida,
pero también ¡Oh, Dios!
El cruel titubeo
de un futuro receloso,
con tu hermano obligado,
por la cadena de la vida,
a sostener una familia,
antes de tiempo.
Fue aquella tarde,
cuando recordé, como
con el pasar de los días,
nos íbamos descubriendo,
a paso de feliz tortuga.
Y una sensación mutua,
hermosa, impredecible,
iba naciendo entre nosotros,
era la cascada del amor.
Al principio te lo
oculté,
como un ladrón
afrodisíaco,
que se negaba a
admitir,
el ensayo de robo,
de tu corazón.
¿Por qué?, imagínalo.
Por miedo al
rechazo,
a una cortante
negativa,
pero lo cierto, es,
que mi alma se
iluminaba,
cada vez, que estaba
contigo.
Fui cobarde, lo sé,
no tengo perdón,
por consentir que
fueses tú,
la que rompiera el
hielo,
dando así, el primer
paso.
No fue un camino de
rosas,
pero sí, hermoso de
compartir,
la búsqueda de
empleo,
nuestro primer
hogar,
cuya alcoba se
inundaba,
las noches de fuerte
lluvia.
No había
calefacción,
para las noches de
invierno,
y nuestros cuerpos,
buscaban el calor en
el otro,
como el don más
preciado.
Vivíamos en pecado,
a ojos de la iglesia,
mientras planeábamos,
un futuro en común,
lejos del aterrador hambre,
alejados del escuálido frío.
3
Fue aquella tarde,
te acuerdas, amor mío,
cuando rememoré,
lo feliz que era contigo.
Las cosas que hicimos,
los sueños compartidos,
hermosas experiencias,
que juntos, los dos vivimos.
Es verdad, lo reconozco,
no todas supieron a bombón,
también las hubo amargas,
arduas de digerir, duras,
como el cemento seco,
pero, tú y yo, siempre,
juntos como una piña,
las afrontamos, sin quejas,
y cargados de optimismo,
las fuimos superando
mientras recorríamos
nuestra senda vital.
4
Fue aquella tarde,
cuando contemplé,
sobre la blanca
arena,
oteando el
horizonte.
Recordé con añoranza
al primogénito
perdido,
que por culpa del
azar,
se nos fue una
mañana,
cuando jugaba en el
mar.
Con sólo quince
otoños,
la fatalidad nos lo
hurtó,
¡Quién lo iba a
pensar!
También a mí,
me falta algo, lo
noto,
una parte de mi ser,
ha desaparecido,
así,
de golpe, sin
avisar,
¡Sin una
explicación!,
hoy estas aquí, y
mañana,
a lo mejor te vas.
Si…
Yo también lo añoro,
pero una madre,
¡Hay, una madre!,
Es algo, con lo que
no puede,
por muchos veranos
que viva,
¡Jamás llega a
superar!
Nos queda su recuerdo,
con su dulce mueca.
Los momentos juntos,
se reviven, una vez más,
cada vez que regresa,
al fatídico calendario,
el día señalado, ¡Hoy!,
o el mes que viene,
que cumpliría años.
Aquella alegría infantil,
al abrir los regalos,
un niño inocente,
de buen corazón.
Y como desde entonces,
nuestra vida se truncó,
y poco a poco,
sin darnos cuenta,
cada día que pasaba,
nos fuimos muriendo,
un poco más los dos.
Cada uno a su manera,
aguantando su cruz,
lo mejor que pudimos,
ambos nos culpamos,
sin objeto nos castigamos,
mientras soñábamos,
en un ilusorio día,
un despertar de
mañana,
con él a nuestro
lado.
Y juntos, los tres,
al pié de la
ventana,
escuchar ese dulce
cantar,
de los pájaros al
despertar.
5
Pero también fue
aquella tarde,
trise y solitaria
como la muerte,
cuando caí en la
cuenta, de que,
el gran homenaje,
que nosotros,
podríamos darle, es
seguir juntos.
Por mucho sudor que
nos cueste,
debemos matar
nuestros silencios,
nuestras
intransigentes miradas,
y proponernos el
difícil reto,
de volver a empezar.
Despacio,
con zancadas firmes
y honestas,
mientras le
obstruimos la puerta,
a las borracheras de
madrugada,
a los sueños
resquebrajados,
en mitad de la
noche,
las discusiones
tontas,
enfados absurdos
como la vida,
que a ti y a mí, por
lotería,
nos ha tocado vivir.
Por eso te digo,
por su santo nombre,
y a través de su añoranza,
intentemos recuperar,
sólo por un segundo,
aquellas ilusiones,
que tuvimos al comenzar.
¡Es difícil!, lo sé.
Pero lo debemos intentar.
6
Fue aquella tarde, ¿Te acuerdas?,
en aquella playa,
paradisíaca y solitaria,
mientras te contemplaba,
cuando se me ocurrió,
que con lo bueno,
y con todo lo malo,
no te miento, de manera alguna,
me arrepentimiento,
por el tiempo, por la vida,
que pasé a tu lado.
¡Lo juro!,
Ni un lamento, ni una lágrima,
tampoco un suspiro, o duda,
cuando te digo,
¡No te abandonaré!
No te dejaré en este
caminar,
lo juré, en su día
ante un altar,
y ¡Por Dios!,
que lo volvería a
jurar.
Hasta que el Santo
Padre,
o el imprevisible
azar,
nos decida separar,
llevándose a uno de
los dos,
por haberle llegado
el momento,
de su largo partir,
y deba cruzar la
puerta,
que le lleve al otro
lado,
donde nos espera,
sin duda,
nuestro hijo, ¡Tan
añorado!
¡Te quiero, no lo
puedo evitar!
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