martes, 24 de marzo de 2020

MI CORAZÓN DEBERÍA IRRADIAR ALEGRÍA



Vivir en una casa a pocos kilómetros de la ciudad de la que te has enamorado, porque yo soy un hombre enamorado de la ciudad, de mi urbe, la bendita Pontevedra. Una Capital, la cual no cambio por nada en el mundo, pero contando con un amplio entorno natural, verde, alrededor de mi propiedad, es sin duda una de las mayores bendiciones con las que puedo contar en mi vida. Puedo asegurar que soy el primero en sorprenderse al verme redactar estas palabras, pero así es, mi casa es ese preciado tesoro, que por tenerlo tan asegurado, nunca supe apreciar debidamente. Pero éste último punto, tiene su explicación.

“Siempre dije que yo en una casa de campo no sabía qué hacer… y en parte es cierto. Soy un hombre al que le gusta tener toda la autonomía posible, un amante de la libertad que odia profundamente dar explicaciones de sus actos. Un hombre que ama los bares, las librerías, los cines, los video-clubs (tengo un artículo sobre este tema que tiene ya algún tiempo y que me consta tuvo buena acogida), de los paseos por la ciudad, las conversaciones con la gente, la prensa… y encontrar todos esos incentivos alrededor de mi casa me resulta bastante complicado. Por ello, siempre me diagnostiqué como un amante del asfalto.

Pero en los momentos actuales, en los que el mundo entero se encuentra amenazado por la terrible enfermedad del Coronavirus, poder contar con una propiedad así, reconozco que es una gran ventaja. Mientras millones de personas deben permanecer encerrados en sus casas a cal y canto como delincuentes o como monjes de clausura, yo tengo la suerte de poder contar con  un amplio campo por el que moverme. No soy un caso excepcional (sé que hay muchas personas en el mundo en mejor situación que yo), pero reconozco que se trata de una gran suerte. En cualquier caso con ello no quiero regodearme de la gente que no tiene esa suerte, ¡jamás haría algo así!, simplemente quiero ser sincero conmigo mismo y reconocer, que pese a mis limitaciones, soy una persona con suerte, por esto y por la cantidad de cosas que me ha ido aportando la vida a lo largo de toda mi vida.

Aquí, donde me encuentro no hay cabida para la soledad, en las noches de verano, si dejas las ventanas abiertas puedes escuchar el grato sonido de los grillos como nana nocturna, así como el piar de los pájaros por las mañanas. Uno sale al jardín y se encuentra rodeado de plantas, de un bello estanque decorando en el medio del mismo. También, durante las noches despejadas de verano, uno puedo contemplar el firmamento estrellado como capota natural y con ello ser testigo de la belleza de la creación. Eso es vivir en Marcón, es hallarse un poco más cerca del Paraíso.

Por si todo esto fuera poco tengo la suerte, gracias al esfuerzo de unos padres generosos que lo dieron todo por sus hijos y lo siguen haciendo, una hermosa finca (leira), se dice en tierras gallegas, con frutales, con mucho espacio para moverse, para trotar cuando eres niño…
En ocasiones me imagino caminando por la finca mientras trato de jugar al escondite con una avispa, sí, se trata de un sueño peligroso, pero por suerte y de paso también contra natura, yo consigo escapar siempre de ella.  Vale, es algo absurdo ¿pero a caso los sueños tienen que tener sentido? En otras ocasiones, o en otros sueños mientras disfruto de una pera recién cogida del árbol, noto como mis vísceras bailan de alegría dentro de mí. En definitiva… me siento bien. (Un poco como el título de la famosa canción de Hombres G), a los que a pesar de no conocer personalmente, como los considero uno de mis grupos nacionales favoritos, quiero mandarles un cordial saludo mientras los invito a volver pronto a Pontevedra.

“Hoy me siento bien”, a pesar de todas las desgracias que infectan este mundo, a pesar de los mil y un dolores que acechan a mi cuerpo, “Me siento bien”, genial, feliz, algo que me sorprende gratamente. Me siento un poco más a gusto conmigo mismo, siento que me hallo un poco más cerca, quizá más cerca que nunca, de hacer las paces con mi propio ego y eso, es decir mucho, viniendo de mí. Los días como estos, mis ganas de amar se incrementan, tengo deseos de hacer el bien, de recobrar las energías que me faltan para poder empezar de nuevo. Por eso, también hoy deseo que la humildad y el agradecimiento formen parte inclusiva de la columna vertebral de este artículo.  Aunque en el fondo, no estoy convencido de que esto sea crónica alguna, más bien creo que es una humilde carta a Marcón que se me ha salido de madre…

Quizá sea por todo esto, puede que existan más motivos… en lo más profundo de mi ser cósmico creo que tengo la obligación de sentirme una persona dichosa, considero que mi corazón debería irradiar alegría por los cuatro costados. Y en ocasiones, incluso me viene a la cabeza la idea de crearle una oración  profana a esta tierra, un canto salido de mi propio éter, pero temo que eso no será así por el momento, pues no me siento lo suficientemente preparado.

Y hasta aquí otro pequeño artículo destinado a invertir el tiempo que este Coronavirus nos mantiene  confinados.

Espero que les guste.

Mañana, me gustaría despertar temprano… creo que otro gran día por venir.

José Sergio González Rodríguez.


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