Vivir en una casa a
pocos kilómetros de la ciudad de la que te has enamorado, porque yo soy un
hombre enamorado de la ciudad, de mi urbe, la bendita Pontevedra. Una Capital,
la cual no cambio por nada en el mundo, pero contando con un amplio entorno
natural, verde, alrededor de mi propiedad, es sin duda una de las mayores
bendiciones con las que puedo contar en mi vida. Puedo asegurar que soy el
primero en sorprenderse al verme redactar estas palabras, pero así es, mi casa
es ese preciado tesoro, que por tenerlo tan asegurado, nunca supe apreciar
debidamente. Pero éste último punto, tiene su explicación.
“Siempre dije que
yo en una casa de campo no sabía qué hacer… y en parte es cierto. Soy un hombre
al que le gusta tener toda la autonomía posible, un amante de la libertad que
odia profundamente dar explicaciones de sus actos. Un hombre que ama los bares,
las librerías, los cines, los video-clubs (tengo un artículo sobre este tema
que tiene ya algún tiempo y que me consta tuvo buena acogida), de los paseos
por la ciudad, las conversaciones con la gente, la prensa… y encontrar todos
esos incentivos alrededor de mi casa me resulta bastante complicado. Por ello,
siempre me diagnostiqué como un amante del asfalto.
Pero en los
momentos actuales, en los que el mundo entero se encuentra amenazado por la terrible
enfermedad del Coronavirus, poder contar con una propiedad así, reconozco que
es una gran ventaja. Mientras millones de personas deben permanecer encerrados
en sus casas a cal y canto como delincuentes o como monjes de clausura, yo
tengo la suerte de poder contar con un
amplio campo por el que moverme. No soy un caso excepcional (sé que hay muchas
personas en el mundo en mejor situación que yo), pero reconozco que se trata de
una gran suerte. En cualquier caso con ello no quiero regodearme de la gente
que no tiene esa suerte, ¡jamás haría algo así!, simplemente quiero ser sincero
conmigo mismo y reconocer, que pese a mis limitaciones, soy una persona con
suerte, por esto y por la cantidad de cosas que me ha ido aportando la vida a
lo largo de toda mi vida.
Aquí, donde me
encuentro no hay cabida para la soledad, en las noches de verano, si dejas las
ventanas abiertas puedes escuchar el grato sonido de los grillos como nana
nocturna, así como el piar de los pájaros por las mañanas. Uno sale al jardín y
se encuentra rodeado de plantas, de un bello estanque decorando en el medio del
mismo. También, durante las noches despejadas de verano, uno puedo contemplar
el firmamento estrellado como capota natural y con ello ser testigo de la
belleza de la creación. Eso es vivir en Marcón, es hallarse un poco más cerca
del Paraíso.
Por si todo esto
fuera poco tengo la suerte, gracias al esfuerzo de unos padres generosos que lo
dieron todo por sus hijos y lo siguen haciendo, una hermosa finca (leira), se
dice en tierras gallegas, con frutales, con mucho espacio para moverse, para
trotar cuando eres niño…
En ocasiones me
imagino caminando por la finca mientras trato de jugar al escondite con una
avispa, sí, se trata de un sueño peligroso, pero por suerte y de paso también
contra natura, yo consigo escapar siempre de ella. Vale, es algo absurdo ¿pero a caso los sueños
tienen que tener sentido? En otras ocasiones, o en otros sueños mientras
disfruto de una pera recién cogida del árbol, noto como mis vísceras bailan de
alegría dentro de mí. En definitiva… me siento bien. (Un poco como el título de
la famosa canción de Hombres G), a los que a pesar de no conocer personalmente,
como los considero uno de mis grupos nacionales favoritos, quiero mandarles un
cordial saludo mientras los invito a volver pronto a Pontevedra.
“Hoy me siento
bien”, a pesar de todas las desgracias que infectan este mundo, a pesar de los
mil y un dolores que acechan a mi cuerpo, “Me siento bien”, genial, feliz, algo
que me sorprende gratamente. Me siento un poco más a gusto conmigo mismo,
siento que me hallo un poco más cerca, quizá más cerca que nunca, de hacer las
paces con mi propio ego y eso, es decir mucho, viniendo de mí. Los días como
estos, mis ganas de amar se incrementan, tengo deseos de hacer el bien, de
recobrar las energías que me faltan para poder empezar de nuevo. Por eso,
también hoy deseo que la humildad y el agradecimiento formen parte inclusiva de
la columna vertebral de este artículo.
Aunque en el fondo, no estoy convencido de que esto sea crónica alguna,
más bien creo que es una humilde carta a Marcón que se me ha salido de madre…
Quizá sea por todo
esto, puede que existan más motivos… en lo más profundo de mi ser cósmico creo
que tengo la obligación de sentirme una persona dichosa, considero que mi
corazón debería irradiar alegría por los cuatro costados. Y en ocasiones,
incluso me viene a la cabeza la idea de crearle una oración profana a esta tierra, un canto salido de mi
propio éter, pero temo que eso no será así por el momento, pues no me siento lo
suficientemente preparado.
Y hasta aquí otro
pequeño artículo destinado a invertir el tiempo que este Coronavirus nos
mantiene confinados.
Espero que les
guste.
Mañana, me gustaría
despertar temprano… creo que otro gran día por venir.
José Sergio
González Rodríguez.
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