Su historia de amor empezó hace quince años, y aunque ella le dio calabazas, acabaron construyendo un amor que es capaz de todo
14 feb 2022 . Actualizado a las 05:00 h.Hace unos diez años, en un hotel de Sanxenxo, el personal se entusiasmó a lo grande con lo que estaban haciendo un grupo de personas con parálisis cerebral, del colectivo Amencer de Pontevedra, que pasaban allí unos días de vacaciones. Comandados por monitores como Rosa, preparaban una boda sorpresa donde los sorprendidos iban a ser los novios, que no tenían ni idea de la que se estaba armando. Era un casamiento ficticio, una fiesta en toda regla, pero los camareros corrieron a buscar copas de champán o una espada para cortar la tarta porque entendieron que aquello tenía mucha importancia. Y vaya si la tenía. Los novios eran Mayka Castiñeiras y Sergio González. Y sí, era importante que se casasen así de buenas a primeras, aunque fuese de mentirijillas. Porque, por una vez, merecían que las cosas les fuesen fáciles a ellos dos. Sobra decir que fue un día inolvidable.
La historia de Mayka y Sergio, que ahora tienen 47 y 45 años, merece ser contada por el principio. Ambos tienen diagnosticada una parálisis cerebral. Mayka, más afectada físicamente, tiene que usar una silla de ruedas para desplazarse. Sergio puede caminar, pero tiene otras limitaciones. Sus discapacidades les obligaron a llevar capas de superhéroes desde pequeños. Y guerreando llegaron un día a Amencer, un centro de día que nació de las tripas de los papás y mamás de Pontevedra que querían una vida mejor para sus hijos con parálisis cerebral. Allí, en ese maravilloso lugar en el que la capacidad se mide en personas y no en objetivos estándares, se conocieron Mayka y Sergio.
Frisaban los treinta años cuando Sergio notó que sentía algo por aquella chica que sacaba tesoros de cerámica de las manos en cuanto se ponía a esculpir. Empujado por los compañeros del centro, se lo dijo. Se llevó un batacazo que más de quince años después todavía escuece: «Me rechazó totalmente, aunque yo creo que ya le gustaba», dice Sergio, que ahora de autoestima va sobrado. Mayka le deja hablar. Pero confirma las calabazas iniciales. Con el corazón necesitado de tiritas, Sergio pensó que ya no había nada más que hacer. Otra vez, sus compañeros de batallas diarias y sus monitores le dieron un espaldarazo. Volvió a lanzarse, esta vez en una cafetería. Sí, Mayka cambió de parecer. Y hasta hoy.
«Nos aguantamos»
La historia podría resumirse así. Pero no sería justo. Mayka y Sergio pelearon lo suyo por estar juntos en un mundo en el que nunca falta la pregunta impertinente del que cree que la discapacidad y el amor van en cajones distintos. Tenían y tienen de su parte a Amencer y su gente, siempre remando a favor de Cupido. Costó un poco más que las familias lo entendiesen, pero lo hicieron. Pasó el tiempo y de las mariposas revoltosas en el estómago del inicio evolucionaron al amor maduro que conservan. Él dice que la quiere por ser valiente. Ella cuenta que lo adora por ser bueno. Y ninguno de los dos puede evitar sacar a pasear el gamberro que llevan dentro: «No nos queremos, nos aguantamos», dicen entre risas que acaban en un beso. Rosa, la buena de la monitora Rosa, a la que le gusta la sátira todavía más que a ellos, remacha: «Sergio va de chulito, pero el tojo de la relación es ella».
Los dos se ríen. Es media mañana de un lunes cualquiera y están en Amencer, como siempre. Es su segunda casa. Los dos pasan allí buena parte del día. Pero cada uno está a lo suyo. «Mayka pinta mucho y hace cerámica y yo me dedico a escribir», dice Sergio, de cuya inventiva han salido desde poemas a cortometrajes o piezas teatrales. En el centro no ejercen de novios. «Aquí se trabaja», dice él. Aunque ella apostilla: «Él, poco».
Las tardes son otra historia. Enfundados ya en el traje de pareja, se van de cafés, al cine, de paseo o a lo que surja. Él vive con sus padres y Mayka, que se recupera de la dolorosa pérdida de su progenitora, reside con una asistenta. La madre de Sergio a veces les prepara una cena especial para que compartan velada. O les lleva en coche a algún lado, como pasó esta Navidad, cuando se fueron a Vigo a ver las luces.
No hay dolor por llevar quince años juntos sin haberse podido ir a vivir bajo un mismo techo. No lo hay. Mayka y Sergio no están enfadados porque sus discapacidades no les permitan una convivencia de dos, cuestión que han asumido con una serenidad apabullante: «Cada día somos más conscientes de que necesitamos ayuda que uno al otro no podemos darnos», dicen. Pero sí hay un grito reivindicativo: «Soñamos con que haya una residencia en Pontevedra para personas con discapacidad y que podamos vivir en ella», enfatizan. Y Mayka insiste en que, sobre todo, es ella quien la necesita, porque Sergio conserva a su familia. Mayka tiene problemas de dicción importantes y la mascarilla no le ayuda a hacerse entender. Pero su «la necesito, la necesito» suena tan claro como desgarrador. Tanto, que se queda flotando en el aire mientras ellos cuentan que tendrán cena romántica en San Valentín, serán felices y comerán perdices. Como si algún día no lo fuesen, salvo cuando discuten «por tonterías». ¿Y quién no?
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