TRÁGAME TIERRA
No
se sientan mal si la risa si la risa floja sale a relucir en algún momento "A
cualquiera le puede defecar una gaviota al vuelo”.
En esta vida, cuando una
persona padece una discapacidad, su día a día puede vestirse de situaciones tan surrealistas, que
uno puede llegar a pensar que está habitando una realidad paralela escrita por
el mismísimo Salvador Dalí.
El pasado mes de agosto me encontraba dando un paseo por
la ciudad con mi pareja, cuando una prima me llamó para quedar a tomar un café.
Era una cita que llevaba meses esperando, pues dicho encuentro tenía como
objetivo entregarme una invitación de boda. Como no podía ser de otra manera,
accedí cortésmente, pese a que ambos sabíamos que yo no iba a asistir. Le comenté a mi pareja la cita que nos
acababa de surgir, a lo que respondió que le parecía muy pronto para ir de
cafeterías y que si no me importaba, ella prefería hacer otras cosas antes y
que más tarde se reuniría con nosotros. Nos despedimos y observé como se
alejaba con la silla al mismo tiempo que yo me apoyaba en una de las columnas
de los soportales a esperar a que mi prima apareciese.
Pasaron los minutos, mi prima no vive en la ciudad, sino
a las afueras, sabía que aun tendría que encontrar aparcamiento y demás, de
manera que me iba a tocar esperar un poco, por lo que decidí ponerme a
contemplar un poco el ambiente veraniego de la ciudad. Turistas llenando las
terrazas o simplemente contemplando la zona antigua de mi ciudad. Y así me
encontraba cuando sentí como las heces de una gaviota al vuelo, llegaron como
un perdigón hacia mí cayendo sobre mi cabello y mi camiseta, poniéndome
perdido. “¿En serio me puede estar pasando esto?”, pensé mientras me observaba
de arriba abajo al mismo tiempo que una ira interior se apoderaba de mí, como
un alma demoníaca. Justo en aquel momento, cuando debía acudir a una cita. Me
hubiese gustado tener allí mismo un espejo para contemplar mi rostro
estupefacto, con la impotencia anclada en mi mirada a modo hereje insurrecto.
Recuerdo que oteé en todas direcciones en busca de una ayuda mágica, la cual sabía
de sobra, no iba a llegar.
No sé cómo reaccionaría
otra persona en mi situación, es posible que se le ocurriese anular la cita o
simplemente avisar de que se iba a retrasar, para a continuación ir a casa a
cambiarse de ropa, o incluso llamar a mi compañera, para que me diese algunas
de las toallitas que siempre lleva en el bolso; en lugar de ello, me fijé en
una pareja de mujeres sentadas en la terraza de una cafetería a pocos metros de
donde me encontraba y sin pensármelo dos veces dirigí mis pasos hacia allí. La
terraza estaba a rebosar, los camareros andaban de un lado para otro a gran
velocidad y los clientes hacían frente al calor a base de refrescos y helados
allí hacia donde mirasen mis ojos. Me acerqué a las mujeres con el bebé, que
ocupaban una de las mesas laterales de la terraza.
En lo que no pensé en momento alguno, es que mi problemas
de dicción y deambular me iba a jugar la segunda mala pasada de la tarde y
apenas comencé a decir -- ¡Hola...! ¿Me podría dar una toallita húmeda?, fui
rechazado con un: Lo siento, no tengo suelto. No damos nada.
La mujer pensó que yo era
un mendigo y que buscaba su limosna, traté de explicarme, pero no me lo
permitió y en consecuencia, por miedo a verme increpado por algún camarero, no
me quedó más remedio que desistir en mi empeño y encaminarme al aseo de la
cafetería.
Ante el espejo del baño, me saqué la camiseta con la
intención de lavarla, para a continuación lavarme la cabeza lo mejor que pude
en el lavabo, asegurándome de que no me quedaban heces de gaviota en la cabeza,
a la vez que observaba mi reloj una y otra vez mientras pensaba en cuanto
tiempo me restaría hasta que mi prima volviese a llamarme para saber dónde me
encontraba. Lo que ignoraba en aquel momento, es que al otro lado de la puerta
se había comenzado a formar cola para entrar.
“Trágame tierra” Pensé en aquel momento. Empecé a
ponerme cada vez más nervioso. Comprobaba una y otra vez si me había limpiado
del todo, mientras observaba la mancha bañada en agua que adornaba mi camiseta
blanca. Salí del baño. Media docena de personas se encontraban esperando, pensé
en decirles un “Lo siento”, pero la ansiedad no me dejaba articular palabra, de
manera que traté de poner pies en polvorosa lo antes posible y volver a la
plaza, mientras mi mente trataba de hilar una historia coherente para explicar
ante mi prima y su prometido por la inusual pinta que debía tener en aquel
momento. Una vez en la calle, me percaté de que mi cita todavía no había
llegado, por lo que me tocaba seguir a la espera…
Unos minutos más tarde, finalmente nos encontramos y les
comenté la surrealista experiencia que acababa de vivir, para a continuación
dirigirnos a otro local, donde finalmente tuvo lugar nuestro familiar
encuentro.
Resulta realmente triste, que en los tiempos en los que
vivimos, donde se está trabajando duramente por el respeto a la diversidad y
cuando, día tras día se está dando todo tipo de información al respecto, otra
cosa es que se quiera recibir, que todavía discriminemos o despreciemos a un
“hermano” que te está pidiendo una ayuda puntual, sin pensar en la posibilidad
de que “mañana” puedes ser tú la persona que te veas en un apuro y necesites
ayude, seguramente entonces, no verás con buenos ojos, que sean otros los que
no te presten ayuda.
Por desgracia, cuando una persona tiene dificultades de
habla, o una discapacidad de algún tipo, es muy común que en su día a día se
encuentre envueltas en este tipo de situaciones, las cuales parecen salidas del
absurdo. No miremos sin ver, no oigamos sin escuchar con atención ante lo que
sucede a nuestro rededor, la empatía y la socialización son dos virtudes que
suelen mejorar el entendimiento, la convivencia, el respeto y en consecuencia,
la felicidad de todas las personas.
Pero
que en los tiempos que corren, con toda la información disponible en todas
partes, que no sepamos diferenciar a las personas que nos rodean o lo que es
peor, que neguemos el socorro a alguien que nos necesita, me parece algo muy
triste, aunque por desgracia, habitual. Como también lo es el hecho, de que
todavía no aceptemos y tratemos a todas las personas, con o sin discapacidad,
como un igual, que sigamos juzgando por cosas tan elementales, como la
vestimenta o el color de piel, nuestras ideas o diferentes formas de ser y nos
neguemos a aceptar la idea de que vivimos en un universo, en una vida, donde la
diversidad es riqueza. Por favor, dejemos de tener miedo a la sociedad que nos
rodea y aprendamos a convivir con ella, compartir los pequeños momentos y
dejemos de mirarnos el ombligo, donde no vamos a encontrar nada que nos vaya a
ofrecer riqueza alguna.
José Sergio González Rodríguez
MIRANDO FIJAMENTE AL HORIZONTE.
14 de Octubre de 2023.
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