martes, 19 de diciembre de 2023

DEAMBULAR DE UN LADO PARA OTRO

 




Por

José Sergio González Rodríguez.

 

Hay cosas de mi pasado, de las que me arrepentiré siempre. De todas formas reconozco que, para bien o para mal, algunas de ellas, quizás fuesen claves en mi evolución, ya sea como escritor o como ser humano en general.

No guardo un grato recuerdo de mi infancia. Durante un periodo muy grande de la misma, me sentí una persona sola y desdichada. Vivir con una discapacidad no es fácil, pero en mi caso, crecer con ella en los 80 y 90, fue, según los recuerdos que guardo a día de hoy, un suplicio. “Yo no podía correr, en clase siempre iba retrasado, necesitaba mucha ayuda y los colegios, y porque no, las sociedades de entonces, no estaban preparadas para dar a las personas con discapacidad, una calidad de vida plena. Los recreos en el colegio, los pasaba solo, con mi merienda en la mano, mientras veía como jugaban los demás niños. Como yo no podía jugar al Fútbol (ni de portero), como no era capaz de lanzar las canicas, ni de escapar cuando jugaban al “Tú Quedas”, pues solamente podía verlos jugar a ellos. Todo ello, me ponía muy triste y me llegó a crear una verdadera fobia al colegio.

En mis paseos “carcelarios”, mientras me tomaba el bocadillo o la fruta, me pasaba, los 30 minutos de recreo caminando de un lado para otro del patio. Mientras lo hacía, día tras día, mi imaginación empezó a echar a volar.

Soñaba despierto. Me imaginaba a  mí mismo haciendo todas aquellas cosas que me eran vetadas. Como un insumiso o rebelde social. Durante ese tiempo,  en muchas ocasiones, me pasaba el descanso soñado con los dibujos animados y con las películas que veía, como única vía de escape a mi soledad. En otras ocasiones, me imaginaba a mí mismo, como protagonista de esas aventuras como una puerta por la que evadirme. Con el lento pasar del tiempo, comencé a imaginarme mis propias aventuras, vidas alternativas en los que mis limitaciones se esfumaban por arte de magia y yo podía hacer todo lo que me propusiese. Esa costumbre de soñar despierto, ya nunca me abandonó. Con el paso del tiempo, pasé de imaginarme ser un superhéroe a ser uno de los artistas que le daban vida. Me imaginaba mis propias aventuras una y otra vez mientras veía como el tiempo de recreo llegaba a su fin.

Hoy. Cuarenta años después, sigo teniendo resquicios de aquellos tiempos. Me gusta pasear solo. Me gusta soñar… y lo hago constantemente. Igualmente, no puedo evitar sentir un profundo odio hacia los sanitarios que atendieron a mi madre y no supieron ver lo que ocurría con el vástago que llevaba en su vientre. Sigo odiando a los profesores que no quisieron facilitar mi paso por el colegio, que no me apoyaron como era de esperar, relegándome, como a otros en mi situación a una infancia de tercera división.

Y por ello, también cada vez que escribo lo hago con la intención de entrar en un mundo a mi medida. Creando mundos paralelos, donde la discapacidad no afee el paisaje. Y de esta manera me meto en otras pieles, en realidades alternativas que plasmo sobre el papel. Escribir es plasmar sobre el papel, cada una de las fantasías que forman parte de mi espectro. Escribir es abrir mi yo interior y mostrarlo a través de personaje e historias, que si bien, son pura invención sirven como piezas esenciales para terminar de dar forma el puzles que es mi vida.

En la ficción puedes hacer y ser cuanto deseas, hacer y deshacer a tu antojo sin temor a dañar a los demás. Y eso, me gusta. Mientras escribo, al mismo tiempo que voy creando, descubro túneles por los que temporalmente puedo escapar de esas rejas en las que me encerró la Parálisis Cerebral, una discapacidad, que pese a llevar 47 años conmigo, sigo sin ser capaz de aceptar.

Lo más triste de todo esto, es que cuando uno se acostumbra a vivir en una burbuja, en el momento en el que le brindan la oportunidad de salir a la realidad, se siente incómodo en ella. De alguna manera no te apetece abrir tu vida a una vida que te menospreció por mucho que hayan cambiado las cosas con el paso del tiempo y en la actualidad te quieran vender un abanico lleno de oportunidades.

El pasado sigue ahí, y pesa.

A mí me llevó muchos esfuerzo crear esta casa ideal, esa creación idealista a la que hace tiempo entregué mi destino y a la que no estoy dispuesto a renunciar.

Puede que la mentalidad social cambiase mucho, pero mi alma no ha terminado de cicatrizar y el dolor de la infancia, sigue siendo un hándicap que pesa a la hora de tomar las decisiones que dan forma a mi vida y, para bien o para mal, eso es algo que no va a cambiar.

Del mismo modo, no me encuentro dispuesto a abandonar el sueño de ser un artista, pues ese pensamiento es un halo de esperanza que me hace levantarme cada mañana, un sueño por el que merece la pena seguir viviendo. Un sueño que viene rodeado de esfuerzo y frustraciones constantes, pero que vida no las tiene.

Pasear solo, imaginar, dañó mi mente. Me hizo mal… pero también fue el útero del que mana toda mi obra.

        Que puedo decir.

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