Me encanta el Billar. Se trata de un deporte elegante, digno de caballeros, por ello, antes de dedicarme profesionalmente al ajedrez (disciplina donde llevo más de un cuarto de siglo, lo intenté con el Pool, tanto en la versión Billar Americano, como en el Bola 8. La primara modalidad es la que más me gusta y también la más sencilla. Recuerdo que mi padre siempre me decía que ese no era deporte para mí, que un día iba a estropear el tapete, pero la verdad es que nunca ocurrió tal cosa.
Jugando al Billar en un hotel de Portonovo (Pontevedra) |
Eran los años 90. Una época en la que mi ciudad se encontraba lleno de locales donde echar una partida a este juego. "Daniel", "El Plaza", "La Bolera"... creo que por aquel entonces los recorrí todos, o al menos una gran mayoría de estos locales. No sé hoy día, pero por aquel entonces había mucha gente que se dejaba caer por los locales para jugar y en ocasiones tenías que esperar tiempo para que hubiese mesa libre. En ocasiones, ponías una moneda de 100 ptas. para pedir mesa en la siguiente ronda.
Supongo que eran otros tiempos, cuando pienso en ello, me siento mayor y eso que no llego a los 50, pero es que la vida pasa demasiado rápido y ahora añoro los viejos tiempos, aunque por aquel entonces tampoco era todo del color de rosa, ni mucho menos, sino, más bien todo lo contrario. Y para que una persona con mis limitaciones encontrase una actividad que lo integrara socialmente era todo una utopía. "En ocasiones, lo sigue siendo".
Empecé jugando en la Cafetería Daniel (Calle Daniel de la Sota). "¡Qué recuerdos tengo de aquel lugar!", eran tiempos en los que desconocía Internet y las redes sociales eran el contacto humano. Recuerdo sus dos pisos, sus sofás, la televisión gigante donde se veían los partidos de Fútbol... Sé que la empresa, también tenía una discoteca, la cual siguió incluso después del cierre de la cafetería, pero reconozco que nunca entré en ella, entre otras cosas, porque estaba destinada a personas de más edad. (Para mayores decíamos), la cafetería también era para ese mismo tipo de clientela, pero a mí me interesaban los billares.
Después DANIEL cerró. Yo me apené mucho, me gustaba aquel lugar. Y tuvimos que encontrar otros sitios en los que jugar. Uno de ellos era La Bolera, otro El Plaza, e incluso había un local en la callé Cruz Gallástegui, no recuerdo el nombre, ahora creo que es Embrujo, donde también íbamos a tomarnos un café y echar la partidita.
Durante mi corta etapa como jugador de billar, llegué a entrenar mucho. Todos los días, después de comer, me iba al Daniel, pedía mi café y me ponía a jugar yo solo, al principio me costaba dar a la bola, pero con la practica constante y el dinero que me dejaba allí, conseguí aprender a jugar decentemente.
Pero hubo un momento en el que los billares comenzaron a desaparecer y cuando años más tarde volvieron a hacer su reaparición, sobre todo en forma de clubs, o locales especializados, yo ya había perdido todo el contacto con dicho deporte. En realidad, a día de hoy, no sabría ni por donde empezar para adentrarme de nuevo en ese mundo, el cual siempre me resultó fascinante.
Personalmente, siempre vi el billar como un reto. Una manera de superar barreras físicas y demostrar al mundo que una discapacidad no es motivo para que cualquiera busque sueños que poder cumplir. En mi caso, pasé, de apenas ser capaz de acertar a la bola, a participar en una liga o torneo eliminatorio. Y no fui el primero en caer eliminado, todo hay que decirlo.
Me encantaría volver a jugar. Supongo que solamente es cuestión de proponérselo, y creo que sería un buen ejercicio para mí, tanto física como intelectualmente, pero es necesario dar el primer paso, y éste... es siempre el más difícil...
El tiempo dirá.
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